OPUS MAGNUM. Cuaderno de notas de José Rodríguez-Guerrero |
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Quid pro
quo. Por casualidad, o por accidente, no lo sé, he tenido una conversación de lo más normal con una persona que me ha dado una idea para la revista Azogue. Charlábamos sobre la forma de actuar con las personas que, sin ser amigos, familiares o gente allegada, se portan bien contigo. Si se quiere que una relación de este tipo dure debe haber un quid pro quo, una correspondencia entre las partes que no sea un obligado compromiso, sino un gesto natural de reconocimiento mutuo. Pues bien, hace ya bastantes años que me escriben lectores de la revista contándome que están aprendiendo mucho, relatándome lo útil que han extraido de ella y preguntando por una forma de ayudar. Yo he agradecido siempre sus palabras, sin más, pero creo que es hora de pedirles algún gesto mayor. Me quedo con las palabras del evangelista cuando dice: “No amemos solamente con la lengua y de palabra sino con obras y de verdad” (1 Jn. 3, 18-24) Por tanto, ni corto ni perezoso pongo a los lectores de Azogue en el compromiso de tener la posibilidad de ayudar a la revista donando libros de alquimia. He preparado una lista con unos pocos títulos fácilmente accesibles en Internet. Las páginas de venta permiten poner diferentes direcciones postales de envío y facturación, así que no hay problema a la hora de pagar un libro uno mismo y que se lo envíen directamente a la persona que se quiera. Sería una alegría para mí comprobar que la gente se anima a hacerlo con Azogue. Le he comentado mi idea a un par de personas y me han dicho que estoy como una cabra; que nadie va enviar nada a una revista gratuita mientras la puedan descargar sin más; que la leerán cada vez que se actualice y no se molestarán en otra cosa. Tal vez tengan razón, el tiempo lo dirá, pero de momento yo me niego a creer tal cosa, al menos de nuestros lectores más fieles. Seguramente es que soy ingenuo, porque aún creo en la cordialidad entre desconocidos; soy estúpido, porque valoro un gesto noble; y soy vulnerable, porque creo firmemente en la amistad; pero es que estos son los elementos que han mantenido a flote la revista más de diez años, sin financiación de ningún tipo, ni soporte de ninguna institución académica que adorne nuestros nombres. Sólo nos ha guiado un puro y sencillo sentimiento por aprender con la mayor humildad, por dar información a todo el que la quiera, por orientar y guiar con nuestro trabajo a los más aficionados al tema. Desde un punto de vista material, el sistema de donaciones no es algo que la revista necesite realmente, pero sí sería un gesto de ánimo, de solidaridad y de respeto que me parece muy bonito. Además, tenemos más de quinentos suscriptores y seiscientas visitas al día. Tal vez alguien se amime a pasarnos algún libro suyo. * ¿Quieres hacer un comentario a esta noticia? Envía un correo con tu comentario y el nombre de la noticia en el campo de “Asunto”. Comentarios (2)
* Comentario de
Iván Elvira
|31.11.09|:
Saludos José, Iván Elvira
*
Comentario de
José
Rodríguez-Guerrero
|31.11.09|:
Iván, tienes más razón que un santo, pero son cosas que, sinceramente,
no se me habían ocurrido nunca. Ayer me hablaron de la Wikipedia, de
cómo se sostiene con las donaciones voluntarias de los usuarios y me
pareció que Azogue podría ahondar en esa idea a un nivel mucho
más modesto. Aquí no se trata de que nadie mantenga la revista, sino
simplemente de que la gente tenga un gesto de buena voluntad hacia lo
que hacemos. Unos pocos libros no nos van a llevar a ninguna parte, pero
a mí me harían saber que hay gente por ahí que aprecia lo que hacemos. José Rodríguez
Pax tibi Marce, evangelista meus
(III). Contemplando el Palazzo Dandolo, hoy reconvertido en el lujoso Hotel Danieli, me viene a la cabeza uno de los alquimistas venecianos más populares, Marco Bragadino (1545-1591), que residió aquí hace más de 400 años y cuya vida es una auténtica novela.
Se desconoce el lugar exacto de su nacimiento. Según unas fuentes era un griego originario de la Isla de Candia (nombre italiano para Creta). Según otras era chipriota, pues la primera referencia histórica cierta lo sitúa en 1570 huyendo de la invasión turca otomana en Chipre, que por aquel entonces era dependiente de la República de Venecia. Su nombre real es otra incógnita, aunque el apellido de su familia, llamada Mamugná, lo utilizaría en alguna ocasión que comentaré más adelante. El nombre de Marco Bragadino lo inventó para hacerse pasar por familiar del Capitán-General de las tropas venecianas en Chipre, Marcantonio Bragadino (1523-1571). Este militar era, justo en ese momento, un héroe de proporciones enormes para los habitantes de la ciudad de los canales, pues resistió con formidable valor el sitio de Famagusa ante un ejército turco veinte veces superior. Los mandos otomanos eran muy conscientes de su fama y, tras derrotarlo, no sólo lo torturaron y ejecutaron, sino que lo descuartizaron y repartieron las diferentes partes de su cuerpo entre las naves de su flota. Nuestro alquimista se puso a trabajar como afinador de oro en Venecia y allí aprendió los procedimientos de manipulación de los metales preciosos. Pronto empezó a ofrecer a sus clientes la posibilidad de “engordar” las cantidades de oro o plata que le entregaban. Utilizaba métodos de augmentatio (incremento del peso del oro o la plata) basados en la copelación y la cementación. También vendía los destilados que producía en su laboratorio a modo de medicamentos prodigiosos. Ganó una notable fama y se trasladó en 1574 a Florencia de la mano de una de sus mejores clientas, la noble veneciana Bianca Cappello (1548-1587), amante en ese momento de Francesco I de' Medici (1541-1587), Gran Duque de Toscana. Allí trabajó cinco años disfrutando del lujo más absoluto. Ayudó a Francesco en sus trabajos de laboratorio, ya que era un enamorado de las destilaciones. También prometió a Bianca incrementar su fertilidad con la ayuda de sus remedios alquímicos. Gracias a Bianca Cappello entró en contacto con el cardenal Giulio Antonio Santori (1532-1602). Este hombre era inquisidor de Roma y entre sus juicios más sonados se encuentran los de Giovanni Morone (1509-1580), Domenico Scandella (1532-1600), Giordano Bruno (1548-1600) y Tommaso Campanella (1568-1639). También era uno de los hombres más poderosos de la ciudad del Tiber, hasta el punto de participar en cuatro cónclaves con el prestigioso aura de “papable”. Bragadino se trasladó bajo su tutela a Roma entre 1580 y 1588. Allí, en 1586, se hizo fraile Capuchino con el nombre de Fra Mamugná, en honor a su apellido original. Llegó a recibir las órdenes menores y el subdiaconado, aunque nunca fue consagrado sacerdote. La ciudad eterna le sirvió como centro de promoción de su augmentatio alquímica. Su incremento en el peso del oro era un fraude, si bien podía pasar por auténtica transmutación cuando se levantaba la mano con los ensayos sobre el metal resultante. Su oro “engordado” iba preparado de tal manera que pasaba pruebas de contraste físicas, como la comprobación de las propiedades organolépticas del metal, o la utilización de piedras de toque; sin embargo no resistía a las pruebas químicas, como amalgamación, copelación o cementación. Si tenemos en cuenta que la mayoría de las personas intentaban aumentar pequeñas cantidades de metal, entenderemos que se inclinaran por los ensayos abreviados, fundamentalmente las piedras de toque, con el fin de evitar el deterioro del producto. Algunos de ellos volvían varias veces a Bragadino con pequeños pesos de oro y salían contentos. Otros regresaban con cantidades mayores, para los que sí eran tolerables los largos ensayos químicos, y es en estas ocasiones cuando se comprobaba el fraude y saltaba la polémica. Los que antes le ensalzaban, ahora echaban pestes de él. Todo este proceso creaba un estado de ambigüedad en torno a Fra Mamugná que él supo aprovechar con creces. Cuando el número de acreedores y personas descontentas llegó a ser considerable, nuestro alquimista se esfumó sin permiso de Roma, lo que le supuso una persecución de los superiores de su orden y una amenaza de excomunión por abandono de su convento. Por todos estos motivos emprendió un viaje de varios meses fuera de Italia, primero a Ginebra y más tarde a Francia, Flandes e Inglaterra. Pero pronto lo encontramos en Brescia, haciendo demostraciones públicas de sus presuntas transmutaciones. De vuelta en tierras transalpinas, la Inquisición italiana puso de nuevo la vista en él. No obstante, gracias a la mediación de Guglielmo Gonzaga (1538-1587), Duque de Mantua, el asunto de su “fuga romana” quedó archivado. Entonces el gobierno de la ciudad de Venecia lo invitó oficialmente a residir en la “Serenissima Repubblica” a fin de que sus compatriotas pudieran servirse de sus habilidades. Su principal valedor fue el patricio Giacomo Contarini (1536-1596). Ni corto ni perezoso, el 26 de noviembre de 1589 entró en la ciudad a lo grande y se dio un paseo triunfal por el Gran Canal. Se presentó ante todos como “Conde Mamugná” y prometió aumentar los fondos de oro y plata de cualquier ciudadano. Para entender todo este episodio hay que tener en cuenta que Venecia vivía desde la Batalla de Lepanto de 1571 un período de decadencia económica que parecía inevitable. El comercio se había fijado en los productos americanos controlados por el puerto de Sevilla; los turcos se habían recuperado muy rápidamente de la derrota lepantina y Felipe II, referente militar del momento, tenía puesta su mirada en Flandes, sin interés en el Mediterráneo Oriental. Así las cosas, los venecianos tuvieron que firmar un pacto de no agresión con los turcos, que les hizo entregar Chipre y otras posesiones claves en la costa del Peloponeso. Los patricios venecianos y los muchos comerciantes de la ciudad, grandes y pequeños, creían firmemente que el “Conde Mamugná” incrementaría el peso sus bolsas de monedas. No repararon en gastos y lo alojaron en el lujoso Palazzo Dandolo. Pero pronto se vio que todo este circo no llevaba a ninguna parte. Bragadino no se percató de que todos le iban a presentar cantidades notables de metal, no unas centenas de gramos, y según ese patrón, su sistema quedaba en evidencia. Como ya expliqué, el trabajo con pesos medios iba de la mano de ensayos químicos para verficar la pureza del metal obtenido, la piedra de toque no bastaba, y ahí se le veía el plumero a nuestro alquimista. Apenas un mes después, el renombrado teólogo y naturalista Paolo Sarpi (1552-1623) organizó, con la colaboración de varios amigos, una mascarada ridiculizando públicamente la exagerada entrada triunfal del falso hacedor de oro. Sarpi iba caracterizado como un ficticio dios pagano llamado “Mammona”, señor de las riquezas, que venía a ser un álter ego de nuestro alquimista. Mammona es una palabra italiana que se refiere a las riquezas terrenales y que Paolo utiliza para hacer un juego de similitud fonética con el apellido Mamugná. El cortejo recreaba en una góndola el laboratorio del alquimista, al que trataba de supremo charlatán. Sus ayudantes gritaban sin cesar imitando a las verduleras: - ¡Una libra de finísimo oro de Mammona por sólo tres escudos!- El espectáculo se burlaba también con gran saña de todos los incautos, ejemplificados como turiferarios en pequeñas barquitas, que remedaban ser unos supinos ignorantes en peregrinación al Palazzo Dandolo. La mascarada puso ante los ojos de los venecianos su propio ridículo. La ciudad Serenissima cambió su actitud hacia un Marco Bragadino que, en abril de 1590, huyó a Padua con un séquito de veintiuna personas gracias a la ayuda del patricio Giacomo Alvise Cornaro (1539-1608). Acto seguido marchó a tierras germanas para entrar al servicio del Duque Guillermo V de Baviera (1548-1626), que había solicitado su presencia en la corte del castillo Trausnitz, en Landshut (Baviera), con la esperanza de resolver sus problemas financieros. Mamugná no sólo le prometió solventar las reudas del Ducado, sino que también se ofreció a curar a través de su arte al propio duque, víctima de severas migrañas. Pronto consiguió ganarse el afecto de Guillermo, aficionado también desde hacía tiempo a las prácticas del laboratorio. Le convenció de que se olvidara de acuñar monedas de oro para centrarse en buscar, cual filósofo chymico, el “alma del oro”. También le utilizó para intentar obtener del Papa una dispensa de sus órdenes menores, aunque fue en vano. El 4 de marzo de 1591 fue apresado en el castillo Grünwald por orden de un consejo ducal cansado de gastar dinero en experimentos inútiles. Después de un proceso corto, interrogado por los Jesuítas, sin tortura, ni intimidaciones, se le declaró culpable de múltiples fraudes. La verdad es que no hacía falta rascar mucho para sacar trapos sucios. El 26 de abril de 1591 fue ejecutado en la Plaza del Mercado del Vino, hoy llamado Marienplatz, en Múnich. Según cuentan las crónicas más crudas, hicieron falta tres violentos tajos para que el verdugo separase su cabeza del tronco.
Si alguno está interesado en profundizar en la historia de Bragadino le recomiendo dos trabajos: IVO STRIDINGER, (1928), Der Goldmacher Marco Bragadino. Studie zur Kulturgeschichte des 16. Jhs., Theodor Ackermann, München. RICHARD ELCHINGER, (1948), Des Goldmachers Marco Bragadino „Intelligenza-Abilità“ und die Manifestationen seines Lebensgefühls, tesis doctoral inédita, Ludwig-Maximilians-Universität, München. * ¿Quieres hacer un comentario a esta noticia? Envía un correo con tu comentario y el nombre de la noticia en el campo de “Asunto”. Comentarios (0)
Biblioteca Digital
Hispánica. Hace un par de días, Miguel López hizo un comentario muy interesante en su cuaderno de notas en referencia a un proyecto de la Biblioteca Nacional de España denominado Biblioteca Digital Hispánica (en adelante BDH). Esta tarde, mientras tomábamos algo, Mar y el propio Miguel me han hablado más extensamente de este tema y me he pasado a echarle un vistazo nada más llegar a casa. Os comento mi primera impresión. La presentación de la página nos dice que la: “...colección de Obras Maestras se compone de una selección de obras representativas de la cultura hispánica. Para su recopilación se contó con la colaboración de un comité de expertos de reconocido prestigio...” y bla, bla, bla. La sección de Historia de la Ciencia cuenta con 20 títulos: 1.
Aragón de Ioan Baptista Lavaña : Dedicada a los illustrissimos Señores
Diputados del Reyno de Aragón 2.
Arte de navegar en que se contienen todas las reglas, declaraciones,
secretos y auisos a q la buena 3.
Arte de reloxes de ruedas para torre, sala, y faltriquera : dividida en
dos tomos, e iluminada con t 4.
Atlas de Battista Agnese 5.
Codices Madrid. Nationalbibliothek Madrid. 6.
[Derrotero del Mediterráneo y costa atlántica] 7.
Etymologiae
8. Historia de la composicion del cuerpo humano
9.
Islario general de todas las islas del mundo
10.
Libro de la anothomia [sic] del ho[m]bre ...
11.
Libro de las cruzes . Inc.: Dixo Oueydalla esto es lo que falle en los
libros antigos del Libro de l
12.
Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas
13.
Mapa geográfico de América Meridional
14.
Obra de agricultura 15.
Observaciones astronomicas y phisicas hechas ... en los Reynos del Perú
16.
Pedacio Dioscorides anazarbeo, Acerca de la materia medicinal y de los
venenos mortiferos 17.
Platica manual y breve compendio de artilleria
18.
Quatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales que
estan receuidos en el uso de
19.
Suma de cosmographia 20.
Tabule Alfonsi (h. 1-22v). Tabule magristri Johannis de Lineriis
(h. 23-48v) El resultado es que nos quedamos con siete libros sobre anatomía, agricultura y artillería. ¿Este es el resúmen de nuestra historia de la ciencia clásica, medieval, renacentista y barroca? Si no tienen material digitalizado para hacer una sección sobre historia de la ciencia española que no la hagan, pero que no perpetren estos crímenes contra el sentido común. La BDH es una chapuza impresentable, en la que han reunido con desastrosa rapidez y suma incompetencia objetos de lo más dispares, con el único elemento común de ser materiales que ya tenían digitalizados para proyectos anteriores, como exposiciones y demás. ¿Qué pinta sino aquí una sección para Alberto Durero? ¿Era hispano Durero? ¿Y una colección de grabados alemanes? Yo no entiendo nada. El resultado final da toda la impresión de ser fruto de las prisas. Alguien ha apretado las tuercas a los responsables de la Biblioteca Nacional para que sacaran una colección de textos digitales rápidamente, pues están quedando en ridículo frente a los proyectos de otras bibliotecas similares: la nacional francesa, la del congreso americano, la British Library, las bibliotecas estatales alemanas, etc. Si es que la chapuza se ve a kilómetros desde el momento en el que uno aprecia la forma en la que se han clasificado los textos: “Cartografía”, “Mapas de América” y “Mapas de España” por separado y al mismo nivel de registro; otras tres secciones tituladas “Ciencia y Cultura General”, “General” y “Generalidades” cuyos criterios de diferenciación son como una broma; y todo esto junto a secciones de lo más sui generis tipo: “Dibujos de los niños de la Guerra”, “Grabados Alemanes” o “Arte General”. ¿Dónde queda aquí la Clasificación Decimal Universal de toda la vida de dios? ¿Estos tíos son bibliotecarios? Tengo que decir con pesar que no me extraña nada de todo esto. Uno se puede esperar cualquier cosa de una institución nacional que, en el año 2009, todavía tiene sin inventariar más de la mitad de su fondo manuscrito, algo que cualquier biblioteca de cuarta categoría en otro país Europeo tiene hecho hace cincuenta años como mínimo. ¡¡Cómo pueden estar en pleno siglo XXI sin un inventario general de manuscritos en la BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA y no caérseles la cara de vergüenza!! En fin, paso página... * ¿Quieres hacer un comentario a esta noticia? Envía un correo con tu comentario y el nombre de la noticia en el campo de “Asunto”. Comentarios (2)
* Comentario de
Mar Rey Bueno
|18.11.09|:
Como bien sabes, Jose, últimamente estoy muy susceptible con esto de
pagar impuestos y el origen último de esos dineros que tanto esfuerzo me
cuesta ganar y tan alegremente se gastan toda esta sarta de ignorantes
que controlan nuestras vidas y destinos. Mar Rey
*
Comentario de
José
Rodríguez-Guerrero
|19.6.09|:
Me he pasado temporadas largas en la sala cervantes de "la Nacional" y
yo también sigo sin saber qué hacen algunas de las bibliotecarias. Es
cierto que están delante de su ordenador, y tecleando, pero no te puedo
decir nada más. Lo que sí sé es que no están catalogando el fondo
manuscrito. José Rodríguez
Pax tibi Marce, evangelista meus
(II). Venecia hace guiños a la alquimia en muchos de sus rincones. Ayer fui al campo de San Lio para tomar algo en la Taverna l’Olandese Volante. Este local es un punto de encuentro de los estudiantes de intercambio en Venecia y tiene precios aceptables a pesar de estar en una zona muy céntrica de la ciudad. Justo al lado hay una enorme cristalera perteneciente a la farmacia Al Pellegrino del Dr. Gabriele Mantoan. Reproduce en un formato enorme la destilación alquímica según un grabado de la Nova Reperta (ca.1584) de Jan van der Straet (1523-1605). Muy cerca de allí, yendo hacia San Marcos, en la Calle dei Fabbri, podemos encontrar el peculiar local Charta, del encuadernador Dario Ustino. Este hombre trabaja todo tipo de modelos, aunque viendo su escaparate, y el interior de la tienda, salta a la vista que le atraen sobremanera los temas ocultistas, esotéricos y la estética “gótica”. Encontré varios trabajos de inspiración alquímica que paso a reproducir y describir:
Además de vender estos productos, Dario Ustino encuaderna cualquier libro, o forra cualquier mueble, con las imágenes o temas que el cliente le encargue. Su oficio no es raro en Venecia. La ciudad de los canales es muy rica en artesanos del papel. Estos expertos en la carta marmorizzata se dedican hoy a todo tipo de trabajos: restauración de libros, fabricación de objetos de decoración en papel, maquetas, confección de las famosas máscaras de carnaval y otras muchas sorpresas, como los divertidos bolsos que diseña Rosanna Corró en su local de la Calle di Cristi. * ¿Quieres hacer un comentario a esta noticia? Envía un correo con tu comentario y el nombre de la noticia en el campo de “Asunto”. Comentarios (2)
* Comentario de
Mar Rey Bueno
|18.11.09|:
Jose, por Dios, ¡dime que te has comprado la colección completa de
cuadernos! Ahora me va a tocar irme a Venecia para hacerme yo con otra.
Creo que sabes de mi pasión por los cuadernitos. Tengo cajas y cajas
llenas de ellos. Muchos los relleno de comentarios y notas para mis
artículos y trabajos. Otros me parecen tan maravillosos que soy incapaz
de anotar nada en ellos. Los guardo en cajas de cartón y, de vez en
cuando, los saco, abro sus páginas, las acaricio, y los vuelvo a
guardar. Eso me pasa, por ejemplo, con los que me compró Miguel durante
su viaje a Lille, cuando Bernard Joly le invitó a un seminario de los
que él organiza habitualmente sobre Historia de la Alquimia. En una
preciosa tienda (imagino) que se llamaba algo así como el rincón de la
bruja me compró cinco cuadernitos divinos, todos diferentes, y un
bolígrafo enanito, todo ello primorosamente envuelto como, quizás, sólo
un francés sabe hacer. Hace ahora dos años, aprovechando el viaje que
hicimos a Berlín, donde Miguel también fue invitado para dar una charla
sobre alquimia, compré unos veinte cuadernitos, muchos ellos en la Isla
de los Museos. Los tengo todos guardados, no he podido escribir una sola
palabra en ellos. Supongo que ya les llegará el momento, que llegará el
día en el que sepa lo que debo escribir en sus páginas. Mar Rey
*
Comentario de
José
Rodríguez-Guerrero
|19.11.09|:
No sabía que fueras tan apasionada de los cuadernos de notas. No te
preocupes que tengo la dirección del librero veneciano para encargarle
lo que haga falta. El tío es un artista, aunque también mete unas
clavadas espectaculares. Me pidió ochocientos eurazos por un facsímil de
poco más de treinta páginas del De lapide philosophico libellus
de Lambspringk, sacado de la Triga chemica de 1599. A lo mejor lo
vende un día de estos... José Rodríguez
Pax tibi Marce, evangelista meus. Un mes después de la publicación de mi “Algarotti” me empiezan a llegar felicitaciones que no esperaba, de que gente a la que respeto mucho por su trabajo, pero a la que apenas conozco personalmente. Debo reconocer que, en mi caso, aunque me fascine un texto nunca felicito a su autor. Sin embargo, ahora que lo hacen conmigo, admito que estos mensajes me han animado y los agradezco profundamente. Llevo unos días en Venecia, la ciudad desde la que Vittorio Algarotti organizó su red comercial a lo largo de toda Europa. Aquí se pueden visitar los lugares que frecuentó y en los que vendió sus prodigiosos “polvos”. Vittorio llegó a esta ciudad a finales del siglo XVI, tras haber triunfado en su Verona natal y haber alcanzado el puesto de presidente del Colegio de Médicos local en 1593. Entonces ya era conocido en el Norte de Italia (Veneto, Friuli, Lombardía, Piemonte, Liguria, Toscana), así como en los dominios de los Estados Pontificios en Emilia-Romagna y el Lazio. Su medicina se había revelado como un popular tratamiento contra las recurrentes plagas de peste que, sólo en Venecia, se cobraron cincuenta mil víctimas entre 1575 y 1577.
No obstante, Vittorio Algarotti tenía unos planes mucho más ambiciosos y decidió comprar una casa junto al Puente de San Bernabé, localizado en el sestiere veneciano de Dorsoduro.
Las razones del traslado eran numerosas y todas comerciales. En primer lugar, la ciudad de los canales era una de las más pobladas del continente y destacaba por su abundante y rica burguesía, tanto mercantil como financiera, que podía gastar una importante cantidad de dinero en un medicamento exclusivo. Además, Algarotti podía organizar desde allí una red de distribución internacional, capaz de llegar a ciudades lejanas gracias a las redes del tráfico de mercancías entre Oriente y Occidente controladas por los mercaderes venecianos. Una tercera razón es que Venecia venía siendo desde el siglo XV la meca de los vendedores de secretos de toda Europa. Estos personajes, llamados popularmente Ciarlatani, tenían su punto de encuentro en la Plaza de San Marcos. Allí, a pie quieto o subidos en una tarima, pregonaban las virtudes de sus inventos a estilo de una moderna teletienda. Abundaban los productos milagrosos, los “curalotodo”, para los que se montaba una presentación con música, baile, personajes en escena que debatían ardorosamente sobre sus cualidades y supuestos voluntarios que sanaban instantáneamente tras una prueba in situ. Un contemporáneo de Algarotti, llamado Giacomo Franco, retrató esta escena en un grabado de su Habiti d'huomini et Donne Venetiane de 1610. Se pueden ver diferentes presentaciones, en tarimas, con músicos, con espontáneos saltando a escena, etc. El primer plano recrea una de las técnicas de venta más exitosas. Consistía en tomar una serpiente, aparentemente muy venenosa, y hacer que mordiera a un supuesto voluntario. Al momento se le aplicaba el contraveneno y el gancho se marchaba feliz y cantando las excelencias del producto. La parte inferior del grabado muestra el diverso público de la Plaza de San Marcos, cuyo origen viene indicado a sus pies (griegos, franceses, españoles, turcos, ingleses...)
Pulsa aquí para ampliar Mi admirado William Eamon ha estudiado muy bien este fenómeno veneciano en su libro Science and the Secrets of Nature. Books of Secrets in Medieval and Early Modern Culture (1994, Princeton University Press, pp. 234-266). No obstante, para dibujar aquí las actividades de estos Ciarlatani voy a reproducir los comentarios de un testigo presencial, Tomaso Garzoni Bagnacavallo (1549-1589), autor de La piazza universale di tutte le professioni del mondo (Venecia, 1585). Copio la traducción al castellano de 1615 a cargo de Cristóbal Suárez de Figueroa (1571-1645) en sus páginas 198-200. De los profesores
de secretos. El secreto (como dice Cardano) es una cosa escura y velada, cuya razón deja de ser notoria a todos, reteniendo en sí algunos seminarios de invención, con que facilitan los especulativos el camino de hallar cuanto desean. Divide este autor el secreto en tres géneros: al uno llama incógnito aunque después haya de salir a luz; al otro conocido de pocos, y así de grande estima: al tercero conocido de muchos mas sin evidente causa. Dice más, consistir algunos secretos en sola contemplación, deleitando solamente la ciencia, como saber las cosas ocultas de Dios, y la sustancia de los cielos. Otros están puestos en la contemplación, mas pueden reducirse a otra útilmente, como las virtudes de piedras y plantas. Otros consisten en la operación solamente, como la separación de los metales, las distilaciones, y el hacer colores. Algunos son llamados grandes secretos, como el del curar peste. Algunos medianos, como el del quitar la cuartana. Otros tienen nombre de perfetos, porque siempre ofrecen el efeto deseado. Unos se verifican más veces, y otros menos, como los que curan el mal de piedra, que raras veces sanan al paciente, respeto de los muchos impedimentos que le molestan. Algunos son de grande gasto; algunos de mediano, algunos casi de ninguno. Otros constan de cosas que se hallan en todas partes, y otros de las que con dificultad se pueden haber. Algunos nacen de las acciones, como de hacer que suene por sí un instrumento; y algunos de aparencias, como de tropelías. Son todos los secretos tanto más dignos de estima, cuanto más perfetos, más breves y fáciles. Esta facilidad consiste en tres puntos: en tomar pocas cosas, en hacer poco gasto, y en obrar presto. El modo de hallar varios secretos pende primero de la especulación del entendimiento, bien cursado en cosas escuras y profundas; de la intención de las mismas, con reducir un símil a otro; siendo menester para todo buena fortuna porque tal vez suceden acaso particulares milagrosos. Quiere Cardano, que quien se pone a inquirir los secretos, observe tres cosas. La primera, que experimente muchos particulares diversos entre sí, si bien todos enderezados a un fin, como podrecer o corromper muchos animales, y yerbas entre estiércol de caballo, y ver si desto se puede sacar algún notable compuesto. La segunda, saber las cosas que pueden aprovechar, que son comúnmente seis: la generación, como fomentar en la tierra; la preparación, como en el enjerto; la putrefación, como en el estiércol; la separación, como en el fuego; la purgación: y en último lugar, la operación de las manos, con que las cosas se pulen y juntan. La tercera, que sepa a qué fin quiere le sirvan, como para medicina del cuerpo, para la del ánimo, para ornamento, para ganancia, para mostrar que sabe, o para engañar; cosa aborrecida de virtuosos. Las condiciones de los buenos secretos son; que sean ciertos, que traigan provecho, que no ofendan la conciencia, que sean de cosas vendibles con facilidad; que no sean de larga espera; que no intervenga trabajo intolerable, y finalmente que consistan en ejercicio propio de hombre noble. Otras muchas cosas dice el Cardano, tocantes a secretos, dignos más de un largo tratado, que de un limitado discurso como éste. Los secretos de los supersticiosos, son como el que pone Plinio, queriendo los Magos, que para sanar de la cuartana, se junte y ate el estiércol de Gata con uña de Buho, y para que no vuelva, no se quite hasta el seteno. También el otro casi creído del vulgo, que comiendo uno nueve días continuos liebre, venga a quedar por estremo gracioso. Y aquel que atándose en un brazo el diente de la parte derecha del hocico de la Hiena, todos los tiros que dispara quien le trae, van a dar en el blanco destinado. Asimismo, que los que traen dentro del zapato la lengua de la misma Hiena, estorban los ladridos de los perros; y que los pelos de su hocico, llegados a los labios de mujer, tienen virtud para hacer que ame. Añade Plinio (hablando siempre de oídas) y en trae encima la estrema parte de la tripa mayor del propio animal, está seguro de injusticia de Príncipes y Magistrados, y tiene feliz suceso en demandas, juicios y pleitos. También, que un pedazo de su calavera atada al brazo izquierdo tiene tanta fuerza para las cosas de amor, que si alguno mira sola una vez a alguna mujer, es luego seguido della. Pero la más disparatada de todas es, que hecho ceniza el pie izquierdo del Camaleón, juntamente con la yerba llamada del mismo nombre, y haciendo ungüento de ambos, se forman pellas, que puestas en un vaso de madera hacer caminar invisible al que las lleva. Demás, que mezclando los intestinos, y estiércol del mismo (si bien este animal no come cosa alguna) con orina de Jimia, aplaca el aborrecimiento de todo mortal enemigo, deteniéndose también con la cola del propio animal las corrientes de los ríos, y la furia de las aguas. De tales secretos vanos, y dignos de risa, está lleno el libro de Beleno, autor antiquísimo. Asimismo con el nombre de Hérmetes, se halla otro tratado sobre el caminar invisible, donde con ungüento de hormiga quiere el referido autor hacer ver sobre los orbes, y esconder la propia forma a los ojos de cualquiera, con la junta de algunos caracteres diabólicos. Mas todos éstos son padres de embelecos, y más mentirosos que ellos los Alquimistas, y Distiladores, que prometen cosas exquisitas, hallándose siempre en la salida algún impedimento o falta. Esto baste, para que los lectores estén advertidos en no dejarse engañar tan fácilmente, porque de la Oficina destos secretos y sus profesores, sale más humo que sustancia. Sin duda muchos de los profesores de secretos vendían “más humo que sustancia”, pero.. ¡a qué precios! ¡Menudas fortunas amasaron muchos de ellos! * ¿Quieres hacer un comentario a esta noticia? Envía un correo con tu comentario y el nombre de la noticia en el campo de “Asunto”. Comentarios (0)
Mutatis mutandis. Hace nada me ha llegado una invitación para participar en unas charlas sobre esoterismo, religión y ciencia a celebrar el año próximo. Les he respondido que no me interesaba porque, sinceramente, los medios académicos españoles que se dedican a estos temas me producen una pereza exagerada. Normalmente suelen montar estos tinglados con cuatro amiguetes que presentan unos papeles absolutamente intrascendentes, leídos además con una pesadísima gravedad que llena el acto de pompa y circunstancia. La última vez que se me ocurrió ir a algo así me encontré rodeado de una gente totalmente perdida a la hora de encarar el estudio de todo lo que les suene a esotérico o heterodoxo. Eran profesores universitarios completamente desconectados de las investigaciones que, siempre a nivel internacional, se llevan haciendo décadas desde la historia de la ciencia, la religión o la filosofía. Son personas que se ha formado leyendo los pocos libros que se publican en español, todos de esoteristas contemporáneos, y tuercen el morro si les hablas de Paul Kraus o Lynn Thorndike ya que los desconocen por completo. A la hora de abordar un texto no lo someten a una crítica objetiva, sino que reproducen el ceremonial del esoterista sin darse cuenta de que “remedar” no es igual que “comprender”. Una imitación no es un estudio crítico. En este tono, recuerdo a un simpático profesor argentino que comentaba los textos gnósticos siguiendo los Aperçus sur l'Initiation y otros despropósitos de René Guénon. ¡Que Dios lo pille confesado, a él y a los alumnos que se lleve por delante! ¡Es que me da tanto coraje ver que se hace tan poca, tan poquísima cosa seria en España! En fin, tal vez debería pasar del tema. A lo peor sólo es que voy cumpliendo años y me estoy volviendo más huraño; no lo sé, pero cada vez me apetece menos salir del entorno de la revista Azogue. Yo me aplico la máxima del manco: Para preguntar necedades y responder disparates no he menester yo andar buscando ayuda de vecinos (Quijote, II-XXII). Estos días he estado ocupado montando mi nueva biblioteca. Me estoy dando la paliza preparando las estanterías y mudando los libros. ¡Nadie sabe lo que pesa todo esto hasta que tienes que trasladarlo!
con algunas revistas a la izquierda Todavía me falta la mesa de trabajo, que quieron montar con dos monitores (me encantó el sistema de Carlos Gilly) y con todo el material multimedia colocado en estantes accesibles desde el sillón (CDs, DVDs, microfilms, microformas, etc.). Eso lo dejo para la semana que viene porque el miércoles me marcho unos días a Venecia. Por cierto, que no se me olvide, esta noche emiten el programa de TVE que estuve grabando en Junio. Es una entrega de Sacalalengua dedicada a “Los Códigos Secretos”. La idea de los presentadores era explicar el origen de las palabras actuales del español que proceden de ciencias, artes o prácticas secretas, entre ellas la alquimia. Todos aquellos que no puedan ver la emisión en directo pueden descargarla en la página del programa. * ¿Quieres hacer un comentario a esta noticia? Envía un correo con tu comentario y el nombre de la noticia en el campo de “Asunto”. Comentarios (0)
Profesores de Secretos. El mes pasado publiqué el número seis de la revista Azogue que, por esas cosas de las fechas y los aniversarios, completa diez años en Internet intentando aportar algo de información sobre la alquimia y temas afines. ¡Diez años ya! ¡No quiero ni pensar cómo pasa el tiempo! Este trabajo monográfico estudia la figura, casi desconocida, del italiano Vittorio Algarotti (1553-1604), médico de Verona, responsable de la primera gran red comercial de un medicamento chymico. Se trata de un emético bautizado por su autor como “quintaesencia del oro medicinal”, que fue muy popular hasta el siglo XIX bajo el nombre de “Polvos de Algaroth”. Su autor se encuadra dentro de los denominados “profesores de secretos”, cuya versión más vulgar eran los populares “ciarlatani”, y sobre los que ya hice un comentario general en mi artículo Vendedores de Panaceas Alquímicas entre los Siglos XVI y XVII.
El origen de mi estudio se remonta al mes de octubre de 2000, cuando Miguel López Pérez me envió un capítulo de la tesis de doctorado que preparaba entonces sobre las relaciones entre alquimia y medicina en la Edad Moderna. Una de sus partes más originales estaba dedicada a estudiar a un vendedor de secretos llamado Alessandro Quintilio, establecido en el Madrid de Felipe III, que publicitaba ciertos polvos medicinales de origen chymico en una obra suya titulada Relación y memoria de los maravillosos efetos [sic] y notables prouechos que han hecho y hazen los poluos blancos solutiuos de la quinta essencia del oro (1616). Tras su lectura, le remití una respuesta con breves referencias bibliográficas tomadas de sendos catálogos sobre un tal João de Castelo Branco,que distribuyó un medicamento muy similar en tierras portuguesas aunque, por desgracia, su obra impresa se encontraba perdida y las noticias de su actividad eran muy vagas. Tres años después Miguel publicó su tesis y me hizo llegar una copia que volvió a traer a mi memoria las andanzas de Quintilio. Por aquel entonces yo acudía a la Biblioteca Nacional de España casi a diario y decidí aprovechar una de mis visitas a la Sala Cervantes para pedir un ejemplar de la Relación y Memoria. Mi sorpresa fue monumental cuando comprobé que su estructura y buena parte de los contenidos eran idénticos a un Compendio della natura publicado años antes por el médico veronés Vittorio Algarotti. A partir de ahí intenté recopilar toda la información posible sobre Algarotti, Quintilio y Castelo Branco para poder entender qué relación hubo entre ellos. Lo que en principio parecía que iba a ser una rápida búsqueda de información sobre unos vendendores de secretos poco conocidos en la actualidad, se convirtió en una larga investigación de siete años sobre la primera gran red comercial de un medicamento chymico. Vittorio Algarotti se reveló como un personaje muy popular en su época, como el médico más rico de Italia a comienzos del siglo XVII, celebradísimo a pie de calle e ignorado por las universidades. Montó un negocio millonario con representantes en todas las grandes ciudades de Europa: Francesco Antonio en Londres, Andrea Bastellis en Nápoles, Giovanni Antonio en Génova, Giacomo Ferrari en Mantua, Joao de Castelo Branco en Lisboa, Fructuoso Lourenço de Basto en Oporto, Jan Vander Broecker en Amberes, Gérard Vaguet en Sevilla, Alessandro Quintilio en Madrid, Pedro Ximénez Forres en Valladolid, etc. La investigación fue una odisea, ya que la mayoría de estos personajes no figuran en los manuales sobre historia de la ciencia, y sus tratados impresos, concebidos como herramientas publicitarias de “usar y tirar” (similares, salvando las distancias, a los folletos que hoy nos llegan por correo) apenas se habían conservado. Las escasísimas copias impresas o manuscritas fueron apareciendo tras un rosario de consultas en colecciones de toda Europa, tanto públicas como privadas. Por ejemplo, del Compendio della natura de Algarotti se conocían ediciones de 1665, 1671, 1693, 1718 o 1779, pero no de 1605 y 1608. Incluso encontré referencias a una primera edición de finales del siglo XVI, conservada en forma manuscrita por el médico Ulisse Aldrovandi (1522-1605) Mucho más difícil fue dar con la versión francesa de 1603, publicada en Amberes por el tipógrafo Hieronymum Verdussen con el título de Abrégé de la nature. No hay referencias a esta obra en las bibliografías estándar dedicadas a Bélgica o Países Bajos. No figura en la Bibliotheca Belgica, Bibliographie des ecrivains Belges, Bibliographie nationale de Belgique, Histoire du livre et de l'imprimerie en Belgique, ni en el Catalogue of books from the Low Countries 1601-1621 in the British Library. Tras años de búsqueda me topé con un ejemplar en la librería anticuaria A. Asher & Co. de Holanda. Otro tanto sucede con las versiones españolas. El Compendio de la Naturaleza (1604) traducido por Gérard Vaguet en Sevilla es inencontrable en bibliotecas públicas españolas. Por fortuna en médico y bibliófilo José González Vidal me dejó consultar una copia de su propiedad. Respecto a la Relación y memoria de Alessandro Quintilio, feché su edición príncipe en 1608, localicé en Austria la segunda edición de 1609 y, respecto a la versión de 1616, encontré cuatro ejemplares más que añadir a los tres conocidos. Recuerdo con especial alegría el cúmulo de casualidades que me llevaron hasta un folleto publicitario de Quintilio, titulado “Propiedades de la quinta essencia del oro, medicina llamada panacea”, con una descripción esquemática de la actividad y posología de su medicamento. Estaba estampado por Juan Flamenco en 1625 y se conserva en el Instituto de Historia de la Ciencia y Documentación de Valencia. Era una simple hoja de papel, impresa por una sola cara, destinada a ser colocada en paredes y puertas de las calles madrileñas. Una verdadera rareza. No pude encontrar ningún original de la Breve recopilação portuguesa (1656) de João de Castelo Branco. No obstante, su contenido se puede recuperar gracias a los pasajes reproducidos por el propio autor en sus manuscritos personales (Lisboa, Real Biblioteca da Ajuda, Mss. 49-II-74 / 75) y por Manoel de Azevedo en su Correcçao de abusos introduzidos contra o verdadeiro methodo da medicina (1680). En fin, mi “Algarotti”, que es como yo llamo a este trabajo de investigación, se ha llevado mucho de mi tiempo en los últimos nueve años. Espero que les pueda ser de alguna utilidad a los lectores de Azogue. Su edición va dedicada a la memoria del profesor Allen G. Debus (1926-2009). * ¿Quieres hacer un comentario a esta noticia? Envía un correo con tu comentario y el nombre de la noticia en el campo de “Asunto”. Comentarios (0)
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Acerca de este weblog
Opus magnus es
el nombre que he elegido para encabezar un pequeño cuaderno de notas,
cuyos contenidos están relacionados con el día a día de mi afición a la
alquimia. Incluiré en él una serie de comentarios, redactados todos en
un tono informal, que no tendrían cabida, ni sentido, en un texto
académico. “Sobre todo recuerda que quien no comprende por sí mismo, y se limita a ejecutar lo que otros dicen, está perdido”. Zósimo. (s. III d.C). Archivo 2009 2008 Mis Páginas Favoritas
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Alchemy Web Site Sobre el autor Una de mis grandes aficiones es el estudio de los textos alquímicos. En relación a este asunto, me encargo de editar la revista Azogue, y de formar una pequeña biblioteca que pueda servir a otras personas interesadas en la misma materia. Datos del autor (en inglés).
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