- DOMINGO SELAT, " Las Moradas Filosofales de Fulcanelli, publicado por Ediciones Indigo", «Azogue», nº 4, 2001, URL: http://www.revistaazogue.com
LAS MORADAS FILOSOFALES Autor:
Fulcanelli. _____________________________________________ Comentario: Esta
obra, la segunda de Fulcanelli, fue publicada por
primera vez en francés en 1930, pero fue sólo a partir
de 1964 cuando conoció una amplia difusión con varias
reediciones y su traducción a otras lenguas, entre ellas
el castellano en 1969. Editadas y prologadas por E.
Canseliet, que se calificaba de único discípulo
de Fulcanelli, el misterio de la personalidad de su autor
aún no está satisfactoriamente resuelto. Varios son los
problemas que se presentan. Canseliet confesó, tardíamente,
que las obras no recibieron la última mano de su autor,
sino que le fueron entregados tres paquetes con notas más
o menos elaboradas, y que la redacción final fue obra
suya. El núcleo de esta declaración parece estar
corroborado por el hecho de que ambas obras, El
Misterio y Las Moradas, frente a pasajes de
redacción cuidada y elegante, presentan otros esquemáticos
que parecen meras notas. A esto podría añadirse ciertas
inconsistencias y contradicciones internas. La idea que
se deduce de las fragmentarias y esparcidas
comunicaciones de Canseliet es que Fulcanelli clasificó
y dio la primera forma a las notas hacia 1922, pero que
hacia 1923, al alcanzar el adeptado, se desolidarizó del
trabajo emprendido y encargó a su discípulo la tarea de
concluirlo y darlo a la luz.
Aparte
de lo tópico de tal historia (pensemos en las leyendas
del Cosmopólita o Filaleta), pueden observarse entre
ambas obras ciertas discordancias secundarias; por
ejemplo, algunos puntos y opiniones, que en la primera
obra aparecen esbozados y casi titubeantes, en la segunda
aparecen expuestos de manera más completa, elaborada y
parcialmente diferente. Esto supone, naturalmente, una
evolución de pensamiento que no se justifica meramente
por la labor puramente redactora que se otorga a sí
mismo Canseliet. Un
ejemplo de este tipo de contradicciones o evolución es
el juicio acerca del presunto libro de Abraham el Judío.
En El misterio, aún no duda de su autenticidad
abiertamente. Así, en la parte sobre París,
cap. 2 dice:«Entre las descripciones que acompañan
las Figuras simbólicas de Abraham el Judío, cuyo libro,
se dice, perteneció a Nicolás Flamel, y que este Adepto
tenías expuestas en su tienda de escribano...». Más
adelante, (Paris, 3), se admite
abiertamente su existencia: «Abraham el Judío,
conocido también con el nombre de Eleazar, lo usó [el
símbolo del caduceo de Mercurio] en el libro que
adquirió Flamel ... (le livre qui échut à Flamel)».
Sin embargo en Las moradas (El hombre de los
bosques) leemos: «A pesar de la opinión de
ciertos bibliófilos, confesamos que nos ha sido siempre
imposible creer en la realidad del libro de Abraham el
Judío...». El
tema de la autoría es uno de los más controvertidos.
Unos han señalado varios alquimistas de las primeras décadas
del siglo como E. Canseliet, P. Dujols (autor de un
comentario al Mutus liber) y, más
insistentemente, J.-J. Champagne, el dibujante que ilustró
la primera edición de las obras, también alquimista
practicante. Otros la atribuyen a un científico,
como Camille Flammarion o, más recientemente, el físico
Jules Violle (1841-1923). El
misterio y Las moradas, a la vez que son obras
de didáctica alquímica, tratan de mostrar que parte de
los elementos decorativos arquitectónicos, medievales y
renacentistas, tienen un simbolismo alquímico. Desde un
punto de vista crítico el método elegido para
demostrarlo reune todos los defectos posibles, por
ejemplo los anacronismos y la arbitrariedad en el uso de
la analogía, recursos explicativos acientíficos, pero
que son características identificativas de la metodología
del ocultismo o esoterismo. Quizás lo primero que llama la atención de estas obras es su gran dominio de los textos alquímicos, el amplio conocimiento en diferentes áreas del saber y la gran imaginación desplegada para apoyar o desarrollar las relaciones que establece entre los relieves y la doctrina alquímica. Esta aura de sabio y erudito es, tal vez, lo que ha inducido a los esoteristas a creer sin más en la leyenda del adepto que consiguió elaborar la piedra filosofal en plena era industrial, leyenda que no tiene más base que el testimonio de Canseliet, dado que Fulcanelli nunca afirma tal cosa. No deja de sorprender que las divergencias entre esoteristas de diversas tendencias, frecuentes cuando se trata de valorar autores, no se dan apenas en el caso de Fulcanelli, cuyo adeptado, aunque entendido diversamente, es admitido casi de manera unánime. En su
forma actual Las moradas está organizada en tres
partes. La primera consta de siete capítulos monográficos
de temática diversa, tendentes a cuestionar algunos métodos
y resultados de la ciencia oficial. Presentados a
veces con habilidad, a veces carentes de consistencia,
sus argumentos están hoy desfasados en general. Buena
parte de ellos son, además, románticos. Así, por
ejemplo, sobrevalora la Edad Media frente al
Renacimiento, que considera una época carente de valores
auténticos, pero prácticamente todos los edificios y
motivos decorativos que estudia son renacentistas o
posteriores. Considera también que la época dorada de
la alquimia es el siglo XV y que el XVI es ya un siglo
decadente, sin embargo el noventa por ciento de los
autores que cita pertenecen a finales del siglo XVI o
posteriores. En el
capítulo dedicado a la alquimia medieval, trata aspectos
históricos en los que muestra una falta total de crítica,
por ejemplo, a la hora de admitir autorías como las de
Ramon Llull o la adscripción al siglo XV de la obra de
Basilio Valentín, o identificaciones como la de Ireneo
Filaleta con Thomas Vaughan. Un capítulo
está dedicado a establecer las diferencias entre
alquimia y química. Los reproches que dirige a ésta,
aunque más meditados que la media de los esoteristas, no
por ello dejan de ser de un simplismo extremo. Así, por
ejemplo, según él, por el hecho de que las fórmulas (como
la del agua, H2O) no incluyen el fuego
que provoca la reacción de sus componentes, «la
ciencia entera se manifiesta como lagunar e incapaz de
suministrar, mediante sus fórmulas, una explicación lógica
y verdadera de los fenómenos estudiados». Lo que
Fulcanelli critica a la Química con más insistencia es
su falta de compresión de la auténtica causa de las
transformaciones materiales: el fuego. Éste, según lo
considera éste autor, es un principio espiritual,
voluntad superior y dinamismo escondido
de las cosas, y no, como erróneamente afirma la química,
el resultado de la oxidación. En un apartado posterior (Luis
de Estissac, 4) Fulcanelli resume su posición en
dos puntos: la alquimia no desciende de la química y
ambas son «dos ciencias positivas, exactas y reales,
aunque diferentes una de otra, tanto en práctica como en
teoría». Particularmente interesante es el capítulo dedicado a establecer la diferencia entre espagiria y alquimia. Inspirado en divisiones antiguas como las de Panteo o Faniano (mediados siglo XVI), Fulcanelli distingue tres disciplinas diferentes en los textos considerados alquímicos: alquimia, espagiria y arquimia. La solución dada por Fulcanelli no refleja con exactitud el estado de la cuestión desde un punto de vista histórico y la nomenclatura adoptada tiene escasa razón de ser. Por un lado arquimia es una variante fonética de alquimia, no una práctica especial. La espagiria sí que se podría considerar una disciplina en ciertos aspectos distinta a la alquimia, pero no porque trabaje con vegetales además de minerales, sino porque sus objetivos son médicos en lugar de transmutatorios, algo que Fulcanelli ni menciona. Según Fulcanelli, la química no tendría su origen en la alquimia, sino en la arquimia y la espagiria. En cuanto a la alquimia propiamente dicha, no nos dice en qué consiste su singularidad, quedando diferenciada únicamente por la universalidad de los agentes que maneja, el más importante de los cuales es, como hemos visto antes, el agente ígneo. Aunque tomando la obra en su totalidad se puede demostrar con facilidad que Fulcanelli expone una alquimia de laboratorio basada en el reino mineral, los esoteristas partidarios de una interpretación espiritual o mental de la alquimia hermetistas, tantristas, taoístas e incluso algunos junguianos- se han apoyado en esta diferenciación para rechazar como espagírico toda práctica de laboratorio La cábala fonética es, sin duda,
el aporte más novedoso de Fulcanelli a la exégesis alquímica.
Este método, iniciado tímidamente en El misterio
y usado allí sólo
circunstancialmente, alcanza en Las moradas un
desarrollo extraordinario y está presente en todos los
análisis. La creencia en uno o varios sentidos ocultos,
encriptados en los textos, es una idea que el esoterismo
ha desarrollado a partir de creencias lingüísticas
tomadas de la magia y de la religión. En general, ese
sentido se solía buscar por medio de la analogía, pero
la cábala hebraica desarrolló un método que lo buscaba
a partir de las palabras nuevas, generadas por diferentes
tipos de combinaciones literales o numéricas realizadas
con los textos. El postulado de base de Fulcanelli es que
todas las lenguas han nacido del griego (confirmado
innumerables veces, nos dice, «por el éxito obtenido
en el orden de los fenómenos materiales y de los
resultados científicos») y que la cábala fonética
toma sus significados ocultos de esta lengua. Como bien
puede adivinarse, esta lengua adámica es la versión
esotérica correspondiente al indo-europeo de la lingüística
comparada. Para llegar del término cabalístico moderno
al griego, se recurre alguna vez a la traducción
directa, pero lo normal es localizar el étimo,
entendiendo por tal cualquier palabra griega que tenga
una fonética vagamente semejante de ahí el nombre
de cábala fonética. Una vez situados en el
griego, puede ser necesaria una segunda búsqueda, basada
ésta vez, generalmente, en procedimientos de etimología
popular (bien representada por Varrón en De lingua
latina). Veamos un ejemplo (Luis dEstissac,
cap. 3, pág. 293). Tras reconocer en un motivo
decorativo unas mazorcas de maíz, escribe: «Por sí
solo, el maíz, voluntariamente colocado al lado de las
flores y los frutos, es un símbolo muy elocuente. Su
nombre griego, zea, deriva de zaw, vivir,
subsistir, existir.» Es evidente que no pudo existir
en griego ninguna palabra para designar el maíz, ya que
esta planta, originaria de América como es bien
conocido, fue importada a Europa en el siglo 16. Zea (zeia)
era el nombre de la espelta o escanda, una variedad de
trigo. La relación etimológica entre ambas palabras
tampoco es cierta, ya que en griego los términos de la
raíz za- con el sentido de vida animal,
alternan con zw-, nunca con ze- o zei-. Podría
defenderse, si acaso, una relación a través del
compuesto zeidwroV que procura la espelta,
usado también como epíteto de Afrodita, con el
significado que da la vida; pero ésta es
seguramente una relación metonímica y que sólo tiene
sentido aplicada a esta diosa. La crítica
actual niega la relación de la alquimia con los
edificios estudiados por Fulcanelli, pero, naturalmente,
el valor de sus obras sobrepasa este aspecto. Mientras
que en El misterio prima su alto contenido lírico,
que recrea una idealizada y romántica Edad Media, Las
moradas, obra mucho más extensa, está enfocada más
como ensayo y obra didáctica. Aunque habla de ellos sólo
circunstancialmente y de manera poco explícita, parece
ser que para Fulcanelli la alquimia no es más que el
primer paso en la escala del conocimiento transcendente.
Sin embargo su exposición se limita a describir el
simbolismo que debe permitir alcanzar la medicina
universal o piedra filosofal. Fulcanelli admite dos vías
prácticas, seca y húmeda; su diferenciación es
bastante confusa y afecta, al parecer, a la duración, a
los materiales e instrumentos empleados y sobre todo a
las operaciones. Ésta es inequívocamente de origen
mineral y metálico, como expone de manera reiterativa,
por ejemplo en La salamandra de Lisieux, cap.
2: «La materia filosofal es, pues, de origen mineral
y metálico. Por tanto no hay que buscarla más que en la
raíz mineral y metálica [...]. En consecuencia, quien
busque la piedra sagrada de los filósofos con la
esperanza de encontrar este pequeño mundo en las
sustancias extrañas al reino mineral y metálico, no
conseguirá alcanzar nunca su objetivo». Las líneas
teóricas generales de la alquimia de Fulcanelli son
relativamente claras: en primer lugar hay que fabricar el
mercurio común o disolvente, sustancia
salina y fusible, capaz de extraer por disolución
el azufre o alma de los metales y devolver
a éstos la vitalidad que poseían en la mina. Este
azufre así extraído se equipara a la semilla metálica,
a la que la cocción convertirá primero en azufre
rojo, luego en elixir o medicina universal,
de carácter medicinal y, finalmente, por fermentación
con el oro o la plata, en piedra filosofal o polvo
transmutatorio. Intentar precisar un poco más el
proceso, sin traicionar la literalidad de alguna parte de
la obra, es casi imposible debido al uso cambiante de los
los símbolos y la mezcla de las características de
materiales y operaciones. Tal confusión es el resultado
voluntario de los métodos de encriptación usados, pero
también existen auténticas faltas de coherencia en la
redacción. Aunque Fulcanelli se apoya constantemente en
textos clásicos, es inútil recurrir a ellos para
intentar aclarar sus puntos oscuros, puesto que los cita
a la manera de todos sus predecesores alquimistas: como
autoridad de apoyo, pero sin apenas dependencia doctrinal
precisa. Filaleta, el autor más citado en Las moradas
las referencias que aparecen en el índice analítico
pueden ser duplicadas con facilidad y supera con mucho en
número e importancia la influencia de Basilio Valentín-
es un ejemplo claro de este uso. Desde un punto de vista
crítico tampoco es apenas permisible apoyarse en la obra
de su discípulo Canseliet, muchísimo más claro
que Fulcanelli, pero cuyos procesos parecen bien
diferentes. En definitiva, en cuanto al aspecto
expositivo, esta obra de Fulcanelli se adapta al estilo
de los antiguos centones alquímicos en los que las teorías,
fragmentos y citas se enlazaban y sucedían sin demasiada
coherencia, producto inicialmente tanto de la incomprensión
como de una desastrosa transmisión textual o de
manipulaciones evidentes, pero que dio como resultado un
estilo alquímico frecuentemente imitado.
|
Segunda
planta, buhardilla y cubierta de la "Manoir de la
Salamandre" de la ciudad de Lisieux Plancha IV tomada de: - (1834), "Etudes d'une maison du XVIe. siècle à Lisieux, dessinées d'après nature et lithographiées par Challamel avec une notice historique par Bruno Galbacio", (op. cit.). |
Primera
planta de la "Manoir de la Salamandre" de la
ciudad de Lisieux Plancha III tomada de: - (1834), "Etudes d'une maison du XVIe. siècle à Lisieux, dessinées d'après nature et lithographiées par Challamel avec une notice historique par Bruno Galbacio", (op. cit.). |
Planta
baja de la "Manoir de la Salamandre" de la
ciudad de Lisieux Plancha II tomada de: - (1834), "Etudes d'une maison du XVIe. siècle à Lisieux, dessinées d'après nature et lithographiées par Challamel avec une notice historique par Bruno Galbacio", (op. cit.). |
En su interpretación
simbólica de los relieves, Fulcanelli sigue también métodos
de alquimización clásicos. Dota así a las sustancias y
operaciones alquímicas de características que se
corresponden con algunos elementos de la imagen
estudiada, de la misma manera que los autores antiguos
alquimizaban mitos, leyendas o elementos religiosos,
dotando con algunos de sus atributos a la teoría,
sustancias u operaciones alquímicas. Dada la complejidad
y abundancia del material manejado y la frecuente
asociación de un mismo símbolo alquímico con
diferentes imágenes, el control de este procedimiento es
muy difícil y las contradicciones no son infrecuentes.
La
tercera parte de la obra (Paradoja del progreso
ilimitado de las ciencias) fue añadida a la segunda
edición. Sus temas son mayoritariamente cosmológicos y,
según Canseliet, son notas que pertenecían a un hipotético
tercer libro de Fulcanelli que debería haberse titulado Finis
Gloriae Mundi. La
obra de Fulcanelli nació en un entorno esotérico e
interesa especialmente a los esoteristas. Directamente
contribuyó, sobre todo en Francia, al resurgir de un
movimiento de estudios alquímicos, inspirados en su
metodología interpretativa, de apreciable nivel
intelectual, que abarcaban diferentes áreas: arte,
historia, religión, literatura y folcklore. Este
movimiento, que tuvo como animador y máximo
representante a Canseliet hasta su muerte en 1982, está
hoy casi totalmente diluido. Indirectamente, gracias a
sus abundantes citas referenciadas, la obra de Fulcanelli
ha contribuido también a que los esoteristas se hayan
interesado por los textos antiguos. Sirva como ejemplo el
caso español: cuando apareció por primera vez (1969),
en España apenas había una sola publicación de los años
cuarenta consultable en las bibliotecas (una selección
de siete textos breves traducidos por Martínez de Arroyo);
hoy, las obras disponibles sobre papel son numerosas y
abundantes las digitalizadas. Índigo ofrece actualmente a los esoteristas textos de alquimia de buena calidad y esta edición de Las moradas es una muestra, ya que es también una traducción nueva mucho más fiable que la de Plaza & Janés, que contenía algunos errores notables. Veamos
algunos ejemplos con las dos traducciones confrontadas. 1. La salamandra de Lisieux, 2.
2. El hombre de los bosques.
3. El hombre de los bosques.
4. Dampierre, 3.
5. Dampierre, septima serie, artesón 5.
6. Dampierre, séptima serie, artesón 7.
7. Dampierre, septima serie, artesón 8.
Pero en la nueva edición también se han deslizado algunos errores. Damos cuenta de tres. 1. Luis dEstissac, 4.
Error tipográfico aparte -"mineralogo" por "minerólogo"- ambas traducciones inciden en los mismos errores: signée por "señalada" (sería preferible "marcada" o incluso "firmada"), y, sobre todo, vie ("vida") por "vía". 2. El hombre de los bosques.
La dependencia de ambas traducciones parece evidente. Para nosotros, la traducción correcta sería: «Esta operación no es aconsejable, pues le quita [referido a la materia] todo valor para la Obra». 3. La salamandra de Lissieux, 2.
Aunque la segunda traducción es sensiblemente mejor, ambas vierten mal el término francés corbeau, que aquí no significa "cuervo" sino "ménsula", que es el elemento arquitectónico decorado con el dragón alado de cola retorcida al que se refiere el análisis (lámina 8, puerta de entrada, justo encima del caballero blasonado con la estrella). Ambos traductores se han decantado también por la variatio al traducir sujet, libertad poco aconsejable si, como dice Fulcanelli, esta es una ciencia cabalística y ha de prestarse especial atención a los términos usados. En esta edición, Índigo reproduce, como hizo en sus últimas reediciones la editorial francesa Pauvert, los dibujos de Champagne de los emblemas del castillo de Dampierre, en lugar de las fotografías de ediciones anteriores; su reunión al final, y sobre todo su numeración, facilita su consulta. También se han reproducido integramente las acuarelas de Canseliet, a las que P & J había recortado las leyendas. No se ha respetado la disposición e integridad del original en cuanto a las notas. Por un lado se ha optado por numerarlas de forma diferente al original, sin indicar las insertadas por Canseliet en ediciones siguientes; se han añadido además, sin distintivo especial, notas de la editorial que remiten a obras publicadas por Índigo no referenciadas directamente por Fulcanelli, en casos en que éste cita autores alquimistas, pero no obras concretas. Domingo Selat
1. - DIDIER KAHN, (1998), "Alchimie et architecture", en F. Greiner (ed. ), «Aspects de la tradition alchimique au XVIIe siecle», Arché, Milán. pp. 295-335. 2. - S. ARRIBAS JIMENO, (1991), "La Fascinante Historia de la Alquimia descrita por un Científico Moderno", Publicaciones de la Universidad de Oviedo, Oviedo. |
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