- DIEGO TORRES VILLARROEL, "Visiones y Visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte", texto editado por Pedro Rojas García, «Azogue», nº 2, Julio - Diciembre 1999, URL: http://www.revistaazogue.com

 

Diego de Torres Villarroel

VISIONES Y VISITAS DE TORRES CON DON FRANCISCO DE QUEVEDO POR LA CORTE

 

Hemos tomado dos extractos de esta famosa obra de don Diego de Torres Villarroel por la opinión contraria que expresa contra los alquimistas y que ayudarán a entender el correcto sentido e intención de sus textos alquímicos recogidos en sus famosas "Conversaciones Physico-Médicas y Chímicas de la Piedra Filosofal".


 

SEGUNDAS VISITAS DE TORRES Y QUEVEDO POR MADRID

VISIÓN Y VISITA PRIMERA

QUÍMICOS Y MÉDICOS

Cuasi no me atendía ya el muerto a mi informe; porque luego que reconoció que estábamos en la plazuela de Palacio, fue grande el regocijo que se asomó a su pálido semblante. Tuvimos otra altercación como la pasada sobre si yo había de entrar; pero notando mi resistencia, él se coló a los patios, subió arriba y salió brevemente otra vez. Habló conmigo de ciertas cosas (que no es fácil que yo me acuerde de todo lo soñado); y prosiguiendo su conversación y algunas preguntillas, le dije:

     -Amigo, yo no entiendo de eso. Tú vienes a reconocer los entresijos de la Corte. Sea en hora buena, y regístrala bendito de Dios. Vivo y muerto, eres y fuiste más avisado que yo; y una vez que tocas estas materias, no necesitas mi comento para su inteligencia. Ni yo tampoco he menester que tú me digas nada, pues vivo en Madrid y trato gentes, y me paseo ocioso.

     Iba a responder Quevedo, y le cortó las razones un estudiante lanza que vimos hacia San Gil, cuya catadura, aunque vista de lejos, borrón más o menos, era así. Envasado en una sotana mínima, cosido contra un manteo cartujo, ermitaño de mangas, yermo de medias y desolado de zapatos vimos en la dicha calle, ya tomando la esquina de San Juan el dicho colega, más sorbido que la quina y más largo que cura de buboso; hombre soga, ayuno de mofletes; dos astas de paleto por quijadas; los ojos caninos, y aupándose por las cejas a roerse las comisuras del celebro; las narices y los mocos colgando, desmayadas de necesidad sobre los bezos y roídas de dos sabañones franceses, que tenían aposentados en las ventanas. Era un verdadero país de la hambre y copia viva del ayuno, porque predicaba carencias por todas sus coyunturas.

     -Éste -le dije a Quevedo- es el espectáculo más risible y más despreciable que hemos visto en toda la carrera de nuestras visitas. Repara en aquel vadesécum, hermafrodita de cartera y bolsón; pues en él vienen liadas las ejecutorias de sus embustes en varias recetas de hacer oro y plata. Éste es alquemista y quimista, embustero de oficio. Y aunque ahora le ves tan arrastrado, presto le arrastrará un coche; porque desengañado de que no se despachan los polvos aurífugos, ha dado principio a remendar saludes y ha derramado algunas hierbas, y va acreditándose de médico nordeste. Aquella mala catadura y estudioso desaliño también es negociación; porque así lleva la borla de misterioso, y va mintiendo y predicando que en aquel interior está el agua de la vida, el pozo de la ciencia y el Jordán de las vidas.

     -¿Tan apreciada está el arte médica -me preguntó don Francisco-, que éste podrá llegar a valer por ella?

     -Sí, muerto mío -le respondí-; si como éste echó mano de los emplastos químicos, toma primero los embustes médicos, ya estuviera en el auge de la exaltación, y a los clamores de químico moderno hubiera enfermado medio Madrid de gentes por llamarlo. Y es la causa que en tu siglo no había tantos enfermos; eran más contenidos, menos glotones y más fuertes los cortesanos; respiraban entonces el aire más puro. Hoy todos vivimos achacosos; y somos habituales enfermos, además de la enfermedad de muerte que nos sigue desde el nacer. Oye, unos son enfermos pestilentes, y en este número entramos todos; porque de gálicos y cólicos es general la epidemia. En tu tiempo las bubas desacreditaban a un linaje, y hoy es deshonra no buscarlas. Unos las heredan, otros las hurtan, y los demás las compran. El cólico es ya quinta cualidad en nuestra naturaleza, siendo indubitable que en tu tiempo ignoraron los médicos este achaque. Otros enferman de estudio y negociación, por afectar cansancios y mentir tareas. Éstos son los covachuelistas, contadores, ministros y algunos frailes. Otros, y éstos son los más locos e incurables, enferman porque viene la primavera y el otoño: se echan a la cama, llaman al médico, y se curan de las providencias de Dios. Locos, si Dios ha dispuesto este temporal oportuno para el aumento de todo viviente, ¿por qué creéis que a los hombres nos dejó en esas estaciones sin más remedio que las manos del físico? La primavera viene a dar vida; reconócelo en las plantas y en los brutos, ya que a ti te ignoras tanto. Otros, y éstos son los más señores y todos los que lo quieren parecer, enferman de deudas; y por no pagar sus trampas se huyen, fingiendo una melancolía, a una aldea, y desde allí hacen el coco a los acreedores. Y las damas malean de melindre, y se dejan romper las venas por quitarse un poco de más color que se les asomó a las mejillas. A todo este linaje de enfermos los curan los médicos sangrándolos bien de todas partes. A los más los echan del mundo y a otros de sí; y los remiten a los aires de Pinto, Leganés y Barajas. Y todas estas villas que rodean la Corte hierven en crónicos necios y enfermos mentecatos. El Arnedillo, el Sacedón, el Trillo, Fuente del Toro y Ledesma es el Ceuta y el Peñón de los desahuciados, en donde pagan en el presidio de sus minerales las inobediencias de la botica. Nuestros antojos y desórdenes han encaramado a la medicina donde no pueden alcanzar ni los que la profesan; y así no hay en el mundo animales más hinchados con el viento de su ciencia que estos albañiles de la salud, siendo así que dan la muerte con un soplo de su misma ventolera, y son saludadores al revés; porque si éstos traen la cruz delante que dan a besar a los que soplan, detrás de estos otros viene la cruz con que entierran a los que matan. Y viven tan tullidos de razón y tan chatos de inteligencia los cortesanos, que les dan sus joyas, sus vestidos y sus coches porque les desmoronen la vitalidad. No hablo de la discreta filosofía de lo teórico; que ésta es buena o es mala, y yo no entiendo de eso. Lo que noto y aborrezco es su práctica; y en ésta no me puedo engañar, pues me desmintieran los ojos. En sus juntas sucede que uno vota purga, otro sangría, y otro cordial; y en el concurso de estos nebulones sale una sentencia que regularmente es de muerte, y en su tribunal logra el enfermo ver puesta en disputa su vida, que es lo mismo que hacienda puesta en pleito. La cuestión de los que concurren es de tormento para la cabeza del que yace, dándole de contado un dolor capital y de promedio una pena como el dolor, en castigo de la necedad que cometió el enfermo en llamarlos para guardar la vida; que es contrabando a los guardas de millones que para celar su renta ha puesto en el mundo la muerte.

     -¿Y tú no los llamas? -me dijo Quevedo.

     Y le respondí:

     -Aunque me ha dado la fortuna muchas coces, y ya ha empezado a descuadernarse el libro de la vida, nunca he querido llamar al diablo, porque sólo con el pensamiento se me chamusca la melena, y todo me hiede a azufre; ni tampoco al médico, porque luego que lo imagino, empiezo a horrorizarme, y me huele el cuerpo a cera y la camisa a cerote. Para morirme no he menester a ninguno; y aunque nunca me he muerto, lo juzgo por cosa fácil. Y si acaso los hubiera de llamar a los esfuerzos del uso o instancias de la necia piedad, nunca permitiera a muchos; sino a uno, y que fuese cualquiera, porque cualquiera de ellos es cualquiera.

 

 

SEGUNDAS VISITAS DE TORRES Y QUEVEDO POR MADRID

VISIÓN Y VISITA SEGUNDA

LOS BOTICARIOS

     En una moral y provechosa plática íbamos ponderando discretamente don Francisco y yo lo fugitivo del tiempo y la pérdida deplorable de sus horas, cuando nos tiró de las orejas y de la atención una confusa tropelía de voces, que al sonido del almirez de un boticario daban cinco o seis perillanes de aquéllos que se están amolando para doctores. A otro lado estaban gobernando la monarquía tres políticos burdos, y presidiéndoles el maestro de los fármacos desde una silla; la cual, siendo solamente acomodada por la diligencia de su artífice, le hizo poltrona el vicio de su dueño. Era éste un puerco de la manada de Epicuro, más gordo que vista de ruin, craso como su ignorancia y hediondo como zancajos de moza gallega. Era bárbaro de rostro, porque tenía solecismos en lugar de facciones: cara compuesta de disparates, y de tan horrible aspecto, que podía servir de molde para vaciar demonios.

     -Éste -le dije al sabio difunto- que ves oprimiendo la silla, fue en otro tiempo el Jordán de solteras corruptas, monedero falso de virginidades, pintor de virgos de perspectiva y arquitecto de doncelleces. Ya no son tan escrupulosos los más de los que se meten a maridos; pues, como ya te he dicho en otra ocasión, no se calza honra ajustada como antes, ni están solícitos de saber si las mujeres han sido corruptas antes de casarse, los que no viven cuidadosos de saber si son adúlteras después de casadas. No examina el que quiere enmaridar si la mujer es honesta, recatada y vergonzosa, sino si trae dinero, si tiene chiste, si sabe danzar, si habla con descoco y, últimamente, si observa el ritual de las modas.

     -¡Mira qué cuidado tienen los hombres de las leyes del pundonor! ¡Oh miserable siglo! -exclamó el discreto difunto-. Pero dime -repitió-; dejando ese propósito que ya hemos tocado, ¿en qué estado se halla esta ministerial de la medicina? ¿Se ha dado providencia cristiana para que estas oficinas estén como conviene para la salud de los hombres? ¿Mantienen aún la perniciosa costumbre de vender las confecciones ancianas, a las cuales el tiempo las disminuyó la fuerza y vigor medicinal?

     -Todavía -le respondí- se conserva ese malicioso y viejo estilo contra el bien universal de las gentes, sin que el amor a la salud y a la vida, que es común a todos, lo haya arrancado de las repúblicas destinando severo suplicio o largo y remoto destierro a cuantos concurren a sostener o encubrir, persuadidos del oro, un pecado tan perjudicial al mundo. Lamentable negligencia es y enemiga de la humanidad. ¿No basta que los hombres estén expuestos a las enfermedades, cuya maligna condición sobrepuja a todos los desvelos y aplicaciones del arte? ¿No basta que oprimido de su achaque llame el enfermo en su socorro al físico, que suele proceder en su curación con descuido y no sin ignorancia, sino que pudiendo la medicina quebrantarle las fuerzas a la enfermedad, y siendo ésta conocida de la observación del médico, y recetando diligente el medicamento que conviene en determinada cantidad y calidad, todavía en la malicia o descuido del boticario se desvanecen los conatos del arte, son burlados los juicios del médico y las bien fundadas esperanzas del doliente, no hallando remedio en el remedio?

     -¡Grave desgracia! -exclamó el sabio difunto.

     A lo que yo añadí:

     -Esa sed del oro es la revolvedora del mundo. Todo lo trabuca y lo baraja. Ella es la que echa a perder las leyes que la providencia de los sabios dejó para el gobierno y conservación de todos. Todo está bien dispuesto, todo prevenido, todo tiene su atajo en los establecimientos de la justicia; pero triunfa el interés, y tiene más séquito que la equidad. Mucho tiempo ha, como tú sabes, cautelándose la política de semejante mal, dispuso que se nombraran unos inspectores de estas fábricas, a cuya integridad, celo y perspicacia fiaron el que siempre estuviesen proveídas de medicamentos de buena ley y actividad. La misma diligencia se ejecuta ahora; pero no alcanzan estas disposiciones a destruir los edificios de la malicia, inspirada del interés, porque comúnmente se ladean los jueces de parte de los reos. Conque también los remedios se ponen de parte de las enfermedades. Entra el veedor con ademán de hacer justicia y enmendar la plana; conoce el malicioso descuido o cuidadosa malicia del boticario; media el ruego, la amistad o la plata, y deja el veedor una tienda de venenos y basura en vez de botica. Siempre han nadado los siglos en malos médicos e indignos boticarios, pero en esta era es tan raro como el fénix el que cuida de nuestra salud. Todos aman el interés, y por hacer oro venden sus conciencias más baratas que sus confecciones.

 

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