- BENITO JERÓNIMO FEIJOO, "Nueva Precaución contra los Artificios de los Alquimistas", texto editado por Pedro Rojas García, «Azogue», nº 1, Enero- Junio 1999, URL: http://www.revistaazogue.com

 

Benito Jerónimo Feijoo

NUEVA PRECAUCIÓN CONTRA LOS ARTIFICIOS DE LOS ALQUIMISTAS Y VINDICACIÓN DEL AUTOR CONTRA UNA GROSERA CALUMNIA

 

Tomado de su "Teatro Crítico Universal" (1726-1740), Tomo quinto (1733), Discurso XVII.
Edición de Madrid de 1777.


§. I

1. Dio motivo a este Discurso, en cuanto al asunto primario, un error, que habiendo sido muchos años particular, de poco tiempo a esta parte, a toda prisa [368] se va haciendo común. Este es la creencia de la transmutación del hierro en cobre por medio de la Piedra Lipis, o Vitriolo azul. La persuasión de que realmente se hace la transmutación dicha, es utilísima a los Alquimistas, porque una vez que hagan creer que un metal se transmuta en otro (sea el que se quisiere), tienen ganado mucho terreno para que se les crea la existencia, o por lo menos la próxima posibilidad de la deseadísima transmutación de los metales inferiores en la Plata y el Oro. Ahora vaya de Historia, para que se vean los pasos que de poco tiempo a esta parte dio el error expresado, y juntamente cómo se enlazó con él una grave injuria que oculta pluma fabricó contra mi crédito, y cuya repulsa introduciremos como asunto secundario, o parte accesoria del presente Discurso.

2. Salió el año de 27 a luz un libro pseudónimo con el título de El mayor Tesoro, Tratado de la Arte de la Alquimia, o Crisopeya, en quien el Autor, que se disfrazó con el nombre supuesto de Teófilo, con ocasión de traducir el Tratado que al mismo intento compuso Aeyreneo Filaleta intitulado La entrada abierta al cerrado Palacio del [369] Rey, largamente se empeño en probar, no sólo la posibilidad, más también la existencia de la Crisopeya, o transmutación de los metales inferiores en Oro. Luego que el Autor dio a luz su libro, me regaló un ejemplar, [370] acompañado de carta firmada de su verdadero nombre y apellido, en la cual, favoreciéndome con expresiones muy honrosas, solicitaba que le manifestase el concepto que hacía de su Obra. Respondí estimando el favor; y en cuanto [371] al concepto del libro, prescindiendo de asenso u disenso a sus pruebas, sólo le dije que estaba muy bien escrito. [372]

3. Escribiendo después el tercer Tomo del Teatro Crítico, tomé por asunto de uno de sus Discursos impugnar la existencia de la Crisopeya. Era preciso para [373] impugnarla, hacerme cargo del nuevo Escrito que la defendía. Así lo ejecuté, proponiendo contra él mis razones y respondiendo a sus argumentos; pero guardando [374] escrupulosamente las leyes de urbanidad, y elogiando al Autor, (sin descubrir su nombre, y persona, por constarme esto sólo de una carta privada) y al Escrito, como [375] se puede ver en el número 3 de aquel Discurso.

4. Uno de los argumentos era la transmutación del Hierro en Cobre a favor del Vitriolo azul, que el Autor [376] propone, y explica a la página 43, y siguientes de su libro. Dos respuestas le di. Las primera, que no nos consta si lo que resulta de aquella operación es verdadero Cobre, o [377] el mismo Hierro, que depurado de sus más groseras partes, adquiere alguna semejanza al Cobre. La segunda, que aun admitida aquella transmutación, no se sigue la [378] de los metales inferiores en Oro, expresando el motivo de la disparidad.

5. Dado a luz mi tercer Tomo opuso el mismo Autor [379] impugnado un pequeño Escrito contra aquel Discurso, insistiendo en que era verdadera la transmutación del hierro en cobre, y notándome de inconsecuencia, como que en [380] el progreso del expresado Discurso negaba la posibilidad de la Crisopeya, que había concedido al principio. Omití responderle, no por desprecio de la impugnación; sí sólo [381] por no distraerme de la obra principal, la cual quedaría para siempre interrumpida, si yo hubiese respondido a la mitad de los Papelones que a los principios salieron contra mí, y continuase en la misma tarea; pues los más, ufanos [382] de que saliese a contender con ellos en la palestra, me incitarían con réplicas sobre réplicas a darles nuevas satisfacciones. [383]


§. II

6. En este estado se quedó por entonces la Crisopeya, y la transmutación del hierro en cobre, prosiguiendo yo mi Obra con algún recelo de que [384] el Autor de la impugnación atribuyese a desestimación de ella mi omisión en responderle; pero sin el menor cuidado de que juzgase que me faltaba respuesta, y celebrase la victoria, como que quedaba el campo por suyo. Uno y otro podría imaginar. Sentiría yo lo primero; [385] pero miraría con perfecta indiferencia lo segundo.

7. Con ánimo, pues, de no repetir jamás aquella lid, fui prosiguiendo el Teatro Crítico, hasta que habrá como cinco o seis meses, llegaron a mis manos los ocho [386] tomos de las Memorias de Trevoux, correspondientes a los años 30, y 31; y ocupándome, luego que los recibí, en la agradable y erudita variedad de su lectura, llegué a las Noticias Literarias del mes de Septiembre del año de 30, donde, con grande admiración mía, encontré estampada [387] una Carta escrita (según suena) de Zaragoza a los Autores de las Memorias, cuyo tenor, traducido literalmente del idioma Francés al nuestro, es el siguiente: [388]

9. «Lo que vos habéis previsto, cuando anunciasteis en vuestras sabias Memorias de Trevoux la Obra del Padre Feijoo (está estampado Feyzó) Benedictino, se ha [389] verificado grandemente, pues de todas las partes de España llueven escritos sobre este Religioso, el cual ha sacado de vuestras Memorias lo mejor que ha empleado para [390] el fondo de su Obra. Pero con ocasión de lo que habéis publicado en el mes de Agosto de 1729 al asunto de la transmutación del hierro en cobre, os agradareis de saber, [391] y manifestar al público, que el honor de este descubrimiento pertenece a Mr. Francisco Antonio de Tejeda, Gentil-Hombre Español, que habiendo hecho esta [392] transmutación ha algunos años, publicó generosamente el método en un libro impreso en Madrid en 1727, del cual se os ha pedido dieseis el extracto según cómodamente pudieseis. [393] El Padre Feijoo, de quien se ha hablado, le elogia en su Discurso octavo, donde trata de la Piedra Filosofal, y le impugna en su tercer Tomo. Mr. Tejeda [394] ha respondido a este Autor que duda de la posibilidad de esta transmutación; y demás de muchas experiencias, y razones, alega contra él, lo que vos referís sobre este asunto en vuestras Memorias.» [395]

9. «El título del libro Español es este: El mayor Tesoro, Tratado del Arte de la Alquimia, traducido en Español del de Filaleta por Teófilo, y ilustrado de varias cuestiones, y de la Análisis del mismo Arte, y de una Mantisa Metalúrgica. Tiene las aprobaciones del R.P. de la Reguera, Profesor de Matemática en el Colegio Imperial D.L.C.D.J. y de Mr. Martín Martínez, Presidente de la Sociedad Real de Medicina en Sevilla, Examinador, Médico de la Familia Real. Como se abomina en España hasta el nombre de la Alquimia, por razón de los impostores que se han servido de este bello nombre para engañar, Mr. de Tejeda juzgó conveniente esconder su nombre, y no llamarse más que Teófilo, hasta que haya persuadido que la transmutación de los metales no es imposible, y que la Crisopeya es un Arte real; y que haya declarado los motivos de la traducción, que emprendió. El capítulo 6 es donde se halla juntamente con las experiencias y razonamientos que prueban la transmutación de los metales, un modo cierto de mudar el hierro en cobre fino, por medio de la piedra Lipis, o Vitriolo azul.»


§. III

10. No es fácil adivinar quién fue el Autor de esta Carta. Lo más verisímil es, que no se escribió de Zaragoza, sino de Madrid, y que se fabricó en aquel conciliábulo de Tertulios de ínfima clase, que hicieron gabilla para inventar patrañas contra el Teatro Crítico, porque [396] todo su contenido es un tejido de falsedades. Dejaré para lo último las que son en ofensa de mi persona, porque es lo primero y principal desengañar de las que pueden ser perjudiciales al público.

11. Yo le dejaría a salvo de muy buena gana al Traductor de Filaleta el honor que en la Carta se le pretende, de ser inventor de la transmutación del hierro en cobre, si el descubrimiento de esta falsedad no tuviese conexión necesaria con el desengaño de que no hay tal transmutación, que es lo que importa revelar al público porque no se deje llevar de las vanas promesas de los Alquimistas, y pierda en inútiles esperanzas el tiempo y el dinero. Pero en el caso presente están los dos intentos tan ligados, que no se puede lograr el segundo sin el primero; fuera de que, habiendo sido ya patentemente convencida por el Padre Mro. Sarmiento en su excelente Obra: Demostración Crítico-Apologética del Teatro Crítico Universal, tom. 2, num. 716, y 717 la falsedad de ser el Traductor de Filaleta inventor de la transmutación del hierro en cobre, ya sería inútil mi silencio para sostener la patraña.


§. IV

12. Poco es lo que tengo que añadir sobre lo que el Padre Mro. Sarmiento escribió a este asunto; pero eso poco es importantísimo, porque el mismo instrumento con que convenceré que el secreto en cuestión estaba divulgado antes que lo estampase como nuevo el Traductor de Filaleta en su libro de Crisopeya, prueba invenciblemente que la transmutación del hierro en cobre es sólo aparente.

13. En las Memorias de la Academia Real de las Ciencias del año de 1728 se halla una Disertación del sapientísimo Químico Mr. Gofredo el Cadete, sobre la formación artificial del Vitriolo, y el Alumbre, donde trata ampliamente de la pretendida transmutación del hierro en cobre por medio del Vitriolo azul, y expone con todas sus circunstancias el modo de la operación. Hágome cargo de que [397] este libro salió a luz un año después que el del Traductor de Filaleta, ¿pero qué importa, si habla de aquel artificio, como sabido muchos años antes? Cita a Canepario, que en su tratado de Atramentis le publicó.

14. Prosigue Mr. Gofredo, después de la cita de Canepario, de este modo: Estas operaciones, tomadas a la letra, han excitado la curiosidad de otros Quimistas en diferentes tiempos: Otras personas han concebido grandes esperanzas, sobre todo cuando se les han propuesto como secretos de transmutación. Ha cerca de cincuenta años, que un Particular le anunció éste (secreto) al Marqués de Brandemburgo, abuelo del Rey de Prusia; pero habiendo sido esta pretendida transmutación del hierro en cobre explicada por Kunkél, como lo refiere él mismo en su Laboratorio Químico, pág. 399, se abandonó la operación. Semejante secreto fue propuesto ha diez, u doce años al Landgrave de Hese-Casel, padre del Rey de Suecia: hízose la prueba, y el Artista conservó poco tiempo su crédito. Como de tiempo en tiempo se hallan personas que proponen semejantes secretos, he creído ser necesario explicar esta operación, la cual engaña, cuando está desnuda de examen. Esta no es otra cosa, que una precipitación del cobre contenido en el Vitriolo azul, por medio del hierro.

15. En este pasaje tenemos lo primero dos Autores más, Canepario, y Kunkél, que publicaron la pretendida transmutación, antes que el Traductor de Filaleta, sobre los muchos que citó al mismo intento el Padre Mro. Sarmiento. Lo segundo, tenemos citados, suppressis nominibus, otros muchos Quimistas, y Operantes. De aquí resulta más esforzada la juiciosa reflexión, y eficaz dilema del Padre Mro. Sarmiento. ¿O el Traductor de Filaleta leyó algunos, o alguno de tantos libros, en que está estampado aquel secreto, o no? Si los leyó: luego no es inventor del secreto, pues le halló en ellos. Si no leyó ninguno de aquellos libros: luego es muy poco versado en los Autores Quimistas; por consiguiente, no es tan sabio en el Arte de la transmutación, como se quiere figurar, ni está en estado de poder escribir libros de Crisopeya. [398]

16. Este argumento no se propone ahora contra el Traductor de Filaleta, aunque es cierto que se vendió por inventor del secreto; sí sólo contra el Anónimo, que escribió la Carta a los Autores de las Memorias de Trevoux, pues en ella le atribuye la invención. Es, pues, la primera falsedad de la Carta suponer al Traductor de Filaleta inventor de la pretendida transmutación del hierro en cobre.


§. V

17. La segunda es suponer que en España se aborrece la Alquimia, o Arte transmutatorio con alguna especialidad más que en otras Naciones, como consta de aquella cláusula de la Carta: Como se abomina en España el nombre de Alquimia, &c. Antes bien en España se padecen más ilusiones en esta materia, que en otra alguna Nación de las cultas de Europa. Cualquiera Charlatán Extranjero, que venga por acá (y vienen muchos) ostentando con algún artificio, que posee el secreto de la Piedra Filosofal, logra engañar, y sacar porción de dinero a algunos sujetos. He visto a personas de más que mediano carácter y doctrina, tan encaprichados de esta vanidad que uno u otro forastero les habían metido en la cabeza, enseñándoles tal cual preparación ilusoria con nombre de rudimentos, y aún más que rudimentos del arte, que no podía oírlos con paciencia. Esto nace de lo poco que se escribe y sabe en España de Química. En otras Naciones hay Charlatanes y embusteros; pero abundan también de desengañadores. Acá nos vienen los Charlatanes de otras Naciones, y se quedan en ellas los desengañadores, y sus escritos.


§. VI

18. La tercera falsedad de la Carta, esencialísima a nuestro propósito, es, que haya verdadera transmutación del hierro en cobre por medio del Vitriolo azul. El Padre Mro. Sarmiento prescindió de esta controversia; porque, aun admitida la realidad de dicha transmutación, [399] no se sigue la de los metales inferiores en Oro. Pero como es posible, que muchos, por no percibir el defecto de ilación de una transmutación a otra, después de asentir a la primera, consientan en la segunda; importa, no sólo mostrar el defecto de la consecuencia, mas también la falsedad del antecedente.

19. Es cierto, que hecha la operación propuesta por el Traductor de Filaleta, se halla cobre en la redoma, y al mismo pase se desaparece el hierro. Esto es lo que impone a los que no examinan con ojos físicos la operación. La verdad es, que no hay transmutación alguna, sí solo una precipitación del cobre contenido en el Vitriolo, y una disolución del hierro, por medio de la cual se hace dicha precipitación.

20. Nadie duda, que el Vitriolo azul contiene mucho cobre. Esto consta lo primero por la análisis Química del Vitriolo. Consta lo segundo por el cobre que se saca de varias fuentes vitriólicas de Suecia, y Dinamarca. Consta lo tercero, porque el Vitriolo azul facticio, o Piedra Lipis artificial, se hace de cobre, según el método que propone el Traductor de Filaleta, desde la pág. 46; y dicha Piedra Lipis artificial es tan eficaz, y aún más, según el mismo Traductor, para la pretendida transmutación, que la Piedra Lipis natural. Puesto esto, fácilmente se entiende como sin transmutación alguna únicamente por medio de la precipitación se halle en la redoma aquel cobre engaña-bobos; pero más hay que lo dicho.

21. Mr. Gofredo, citado arriba, hizo la operación de este modo. Puestas en hervor diez pintas de agua en una olla de plomo, echó en ella cuatro libras de Vitriolo azul en polvos. Hecha la disolución, entró en ella veinte onzas de hierro nuevo, dividido en delgados pedazos, colocado en una cestica de mimbres, teniendo suspendida ésta en el licor. Después de un cuarto de hora de ebullición, y fermentación retiró la cesta, y halló los pedazos de hierro teñidos de rojo por el cobre que se había depuesto sobre ellos. Sumergió la cesta en un barreño vidriado lleno de [400] agua fresca, y agitándola, los pedazos de hierro depusieron en el agua un polvo rojo mezclado con pajuelas de cobre, que por razón de su peso bajaron luego al fondo del barreño. Volvió la cesta a la solución del Vitriolo, y después de algún tiempo los pedazos de hierro se cargaron de nuevo cobre. Segunda vez hizo la diligencia de sumergirlos, y agitarlos en la agua fresca, con que soltaron el nuevo cobre que habían recibido en la segunda infusión. De esta suerte fue alternando, hasta que no deponiendo ya la solución de Vitriolo nueva porción de cobre sobre el hierro, salía éste como había entrado, y sin aquella telilla que antes le coloreaba. Aseguróse de que la solución de Vitriolo no tenía ya cobre alguno, entrando en ella una lámina de hierro liso, la cual salió sin la menor inmutación.

22. Antes de pasar adelante, con lo dicho tenemos prueba clara de que en esta manufactura no hay producción nueva, o transmutación de hierro en cobre, sí sólo la precipitación del cobre contenida en el Vitriolo. Sábese, que en la solución vitriólica había cobre, antes de introducir en ella el hierro. Sábese también, por el experimento que acabamos de proponer, que después de las reiteradas fermentaciones del hierro con la solución vitriólica no queda en ella cobre alguno. Luego no hay aquí más que una precipitación y translación del cobre de loco ad locum.

23. El resto de la operación es como se sigue: Vertió poco a poco la agua clara que sobrenadaba en el cobre precipitado en polvo al fondo del barreñón. Hizo secarle a fuego lento, y halló que pesaba diez y seis onzas, y seis adarmes. Mezcló este polvo, que se había puesto de color de Café, con cuatro libras de Tartaro rojo, detonado con dos libras de salitre. Hecha esta mezcla exactamente, la echó poco a poco en el crisol, colocado en el horno con fuego suficiente para la fundición; y perfeccionada ésta, salió una masa de cobre puro, que pesaba catorce onzas y tres adarmes. Pesó después el hierro que [401] había quedado en la cesta después de la total extracción del cobre, y vio, que no pesaba más que tres onzas y dos adarmes: a esta pequeña cantidad se habían reducido las veinte onzas de hierro puestas al principio.

24. Esta tan notable disminución del hierro es la que acaba de alucinar a los que no examinan, o no son capaces de examinar a fondo las cosas, persuadiéndoles, que el hierro que falta se convirtió en cobre, sin que pueda ser otra cosa; fuera de que la operación se puede hacer de modo que nada quede de hierro, lo cual se logra solo con echar más Vitriolo a proporción. Pero este misterio está patentemente descifrado por el mismo Mr. Gofredo. Es el caso, que al mismo tiempo que el hierro recibe de la solución del Vitriolo el cobre en su superficie, el ácido vitriólico va royendo y disolviendo poco a poco el hierro; de modo, que éste, al fin, queda todo o casi todo en el licor, ocupando el lugar mismo que antes ocupaba el cobre. Esto consta claramente lo primero, de la fermentación que sobreviene luego que el hierro se introduce en la solución de Vitriolo, la cual no pudiera resultar sin disolución de algunas partículas de hierro. Lo segundo, de que la solución vitriólica va perdiendo poco a poco el color azul que resultaba de la mezcla del cobre, y últimamente la pierde del todo, adquiriendo en su lugar un bello verde que resulta de la mezcla del hierro. Lo tercero, de que haciéndose nueva precipitación Química de aquel licor en el estado dicho, ya no se extrae cobre de él, sino hierro. Es, pues, mera apariencia la pretendida transmutación del hierro en cobre por medio del Vitriolo azul, y la realidad es, que por medio del ácido vitriólico el hierro se disuelve, y por la fermentación del ácido con el hierro, el cobre contenido en el Vitriolo se precipita.

25. Añadamos a la autoridad de Mr. Gofredo la de un Anónimo Autor de un Discurso que se estampó en las Memorias de Trevoux del año de 30, dividido en los meses de Abril y Mayo. Este Autor, que parece doctísimo, [402] y versadísimo en la Química, trata amplia y radicalmente de la pretendida transmutación del hierro en cobre, y resuelve lo mismo que Mr. Gofredo. Cuando escribió este Anónimo, ya hacían gran ruido en Francia las transmutaciones hechas en presencia de muchos testigos por el Conde de Salvañac, y así repetidas veces hace memoria de ellas; pero para descubrir la ilusión, y hacer burla de sus grandes calderas de plomo, y de sus polvos de proyección.


§. VII

26. La cuarta falsedad de la Carta del Anónimo a los Autores de las Memorias de Trevoux es, que el secreto de la transmutación de que se habla en dichas Memorias en el mes de Agosto de 1729, sea el mismo que el Traductor de Filaleta publicó en su libro el año de 27. La prueba de que esto es falso es concluyente. El secreto de que se habla en el lugar citado de las Memorias, consiste únicamente en unos polvos de proyección, de que usaba el Conde de Salvañac, dueño del secreto, para transmutar el hierro en cobre. Los Autores de las Memorias no dan más noticia del caso, que una Carta que ponen, copiada al pie de la letra, de Mr. Chandé a Mr. Postel. Mr. Chandé dice expresamente, que el secreto de la transmutación reside solamente en aquellos polvos: Ainsi tout le secret de la transmutation ne reside très certainement que dans la pincée de poudre. De estos polvos de proyección nec verbum en el Traductor de Filaleta: luego es falso que éste publicase el año de 27 el secreto, o método mismo de transmutar, que en las memorias de Trevoux se atribuye, como descubrimiento propio, al Conde de Salvañac. Más: dice Mr. Chandé, que habiéndoles dado el Conde a él y a otro compañero suyo, que fue con él testigo de repetidas operaciones del Conde, a cada uno una pinta del agua donde estaba hecha la solución del Vitriolo, antes que se hiciese en ella operación alguna, y revolviéndola bien de alto a bajo antes de sacarla para las botellas, los dos llevaron aquella agua, o solución del Vitriolo [403] a París; pero por más que tentaron, nunca pudieron extraer de ella cobre alguno, o transmutar, ni una mínima porción de hierro en cobre por medio del Vitriolo disuelto. Esto es diametralmente opuesto a la receta, que da el Traductor de Filaleta, según cuya doctrina la solución del Vitriolo, por sí sola, y sin aditamento alguno de polvos de proyección, hace, que el hierro sumergido en ella se convierta en cobre. ¿Cómo, pues, afirma el Anónimo Autor de la Carta, que el secreto, cuya invención se atribuye en las Memorias de Trevoux al Conde de Salvañac, es el mismo que el Traductor de Filaleta publicó en su libro el año de 27?

27. Bien creeré yo que los polvos del Conde de Salvañac eran un mero trampantojo, y Mr. Chandé y su compañero, testigos de las operaciones del Conde, o poco sinceros o poco habiles. Los experimentos, de que del Vitriolo disuelto en agua se precipita porción de cobre sólo con la diligencia de introducir porción de hierro en la disolución, son tantos, y testificados por personas tan fidedignas, que no queda lugar a la duda. Luego, o Mr. Chandé nos engaña, cuando nos dice que de aquella solución del Vitriolo en que no había precedido operación alguna, no se pudo precipitar ni la mínima porción de cobre, por faltar el soberano influjo de los polvos de proyección; o el Conde los engañó a él y a su compañero con algún juego de manos, dándoles por disolución de Vitriolo otra cosa diferente.

28. Pero este engaño, o activo o pasivo de Mr. Chandé, no puede servir de solución al Anónimo Autor de la Carta, pues este asintió a aquella Relación como verdadera, y al método del Conde de Salvañac como legítimo. ¿Cómo, pues, pudo, sin manifiesta falsedad, decir que el método que en aquella Relación se atribuye al Conde de Salvañac, es el mismo que el Traductor de Filaleta había publicado el año de 27, siendo tan diferentes, y aun contrarios uno a otro?

29. Dijo con verdad, y con sal el P. Mro. Sarmiento, [404] que sólo hay una prueba legítima de que alguno posee el secreto de la Crisopeya; y es, que el tal ande buscando talegos en que echar los doblones. Lo mismo a proporción digo de este otro secreto inferior. Al Traductor de Filaleta vi en Madrid en la casa del Doctor Martínez después que había dado su libro a luz, y no vi señales de que poseyese el pretendido secreto de la Crisopeya. Entretanto que lo que sabe de transmutar metales no le haga muy poderoso, nos permitirá creer lo que quisiéremos. Del Conde de Salvañac ignoro cómo se halla en la constitución presente. Si hoy no es dueño de tres o cuatro millones de pesos, poco vale su secreto; pues habiendo logrado Letras-Patentes del Duque Regente difunto para trabajar el cobre por veinte años, con exclusión de todo otro Artífice en todos los dominios de Francia, no sería mucho que ganase cada año un millón. Si verdaderamente se halla riquísimo; no por eso creeré que transmute el hierro en cobre, sí solo, que saca del Vitriolo azul el cobre en mayor cantidad, y con más facilidad. Y esto sólo que sepa, le será importantísimo a él, y al Estado: por cuyo motivo se hará dignísimo de la estimación de cualquiera República a cuyo beneficio aplique sus talentos, sin que le obste el que con algún artificio simule la transmutación que no hay, o para ocultar su secreto o para hacerle más plausible. Este es levísimo inconveniente para contrapesar una conveniencia de tanta monta.


§. VIII

30. Habiendo notado ya las falsedades que hay en la Carta del Anónimo, concernientes al asunto de la transmutación, vamos a ver las que tocan en mi persona. Cuatro hemos descubierto en el asunto de la transmutación. Cuatro hay también en lo que habla de mí, u de mis escritos. Las tres primeras importaría poco que no lo fuesen.

31. Habían los Autores de las Memorias de Trevoux estampado en el mes de Noviembre del año de 28 una [405] noticia retardada, y diminuta del primer Tomo del Teatro Crítico, que se les había comunicado de Madrid, no sé por quién, y es a la letra como se sigue: El Padre Feijoo Benedictino ha abierto un gran campo de Crítica por su Teatro Crítico Universal. Trata en él de Moral, y de Política, de Química, y Medicina, de Música, y Astrología, de Eclipses, y Cometas. Él combate las preocupaciones, y en los Maestros de cada Facultad es donde las busca para combatirlas. También la guerra se calienta contra él de día en día; de aquí viene el salir una multitud innumerable de respuestas, y de defensas.

32. A la última cláusula de esta noticia hace relación aquella primera del Anónimo, dirigida a los Autores de las Memorias: Lo que vos habéis previsto, cuando anunciasteis en vuestras sabias Memorias de Trevoux la Obra del Padre Feijoo Benedictino, se ha verificado grandemente, pues de todas las partes de España llueven escritos sobre este Religioso. Digo, que en esta pequeña cláusula (o por mejor decir, mitad de cláusula, pues prosigue adelante, sin mediar más que una coma) hay tres falsedades.

33. La primera es suponer, que en aquella noticia estampada en las Memorias se habla por previsión, como de cosa futura, de la guerra de papelones suscitada contra mí. Es claro, que allí se habla de presente de la guerra que actualmente se estaba ejerciendo.

34. La segunda es atribuir aquella previsión a los Autores de las Memorias, lo que vos habéis previsto. Aun cuando hubiese previsión, ésta no sería de los Autores de las Memorias, sino del que les escribió de Madrid. Los Autores de las Memorias no hablan allí palabra, ni hacen otra cosa que dar al público la noticia que se les comunicó de Madrid, en la forma misma que se les comunicó. Así, si en la cláusula última hay profecía de guerra futura, no son los Profetas los Autores de las Memorias; sí solo el que de Madrid les escribió.

35. La tercera es, que cuando el Anónimo escribió la Carta, saliese contra mí la multitud de escritos que afirma, [406] cuando dice, de todas las partes de España llueven escritos sobre este Religioso. Pues habla de presente, es preciso para que dijese verdad, que en el mismo año en que escribió la Carta, saliese esa multitud de escritos. Esto es falsísimo. La Carta fue escrita el año de treinta. En ese año, y aun dos años antes, ya había cesado la inundación de papelones, disminuyéndose más y más el número cada día; de modo, que de tantas plumas al fin solo quedó una de Grajo en la palestra; aunque es verdad, que la daban aire varios soplones.

36. A este propósito, uno de los primeros hombres que hay en las Iglesias de España aplicó con mucha gracia un suceso que se refiere en la Vida del Beato Jácome de la Marca. Había el Santo, siéndole en una ocasión preciso rezar el Oficio Divino con su compañero, junto a un charco lleno de ranas, mandado callar aquellas sabandijas porque no le estorbasen, y ellas obedecieron. Concluido el rezo, dijo al Compañero que las diese en su nombre licencia para volver a su desapacible gritería. El Compañero equivocándose, en vez de decir en plural, canten las ranas, dijo en singular, cante la rana. Lo que resultó fue, que sólo una rana volvió a cantar; y lo más prodigioso es, que hasta hoy, aunque está aquel charco lleno de ranas, sólo la voz de una se oye. Es cierto, que fueron muchísimas las ranas que cantaron a los principios contra el Teatro Crítico, a quienes, por ser su asunto sostener envejecidos y vulgarizados errores, se puede aplicar aquello de Virgilio:

  • Et veterem in limo Ranae cecinere querelam.
  • He leído, que encendiendo una luz a las orillas del Charco, enmudecen estos viles insectos. Pero yo he experimentado otra especie de ranas, que por el mismo caso que les ponen la luz delante, cantan que rabian. Mas al fin, ya callaron las demás, y sólo canta una rana (aunque con el poder de otras que están en el mismo charco); y cantará si algún Siervo de Dios no hace otro milagro semejante al [407] referido arriba. La luz irrita, y el alumbrarla la ciega. Por otra parte leer, entender, y escribir las cosas al revés, le cuesta poco, y pretende que le valga mucho.


    §. IX

    37. La última falsedad de la Carta del Anónimo es decir, que he sacado de las Memorias de Trevoux lo mejor que he empleado para el fondo de mi Obra. Viva mil años por la buena intención con que me levanta ese falso testimonio. Esta patraña ya ha años que se estampó en aquel desatinado papelón, intitulado: Tertulia Histórica. Es verdad, que el Autor de él creo que no me dejaba nada de propio, porque, si mal no me acuerdo, decía que todo cuanto hasta entonces había escrito, lo había sacado de las Memorias de Trevoux, y del Diario de los Sabios. El Anónimo ya se limita a lo mejor que he empleado para el fondo de mi Obra. Es menos monstruosa la mentira, pero al mismo paso es más maliciosa; porque como no podemos averiguar cuál llama fondo de mi Obra, ni qué es lo que juzga ser lo mejor de ese fondo, no es tan fácil convencer la impostura. Si se descubriese, ya podríamos conjurarle hasta hacer explicar el espíritu maligno que le posee. Pero hacer preguntas a un diablo incógnito, que, cuando más, solo sabemos que es de la legión de los Anticríticos, es disparar exorcismos al aire.

    38. Aquí quiero, que advierta el lector el vicioso círculo de estos burdos calumniadores de mis Obras: Escribe uno a los Autores de las Memorias de Trevoux, que lo mejor que he empleado para el fondo de mi Obra lo he sacado de aquellas Memorias. Estámpase en las mismas Memorias esta Carta, como todas las demás pertenecientes a la literatura que se dirigen a aquellos Autores de todos los Reinos de Europa. Léela uno u dos años después otro Anticrítico, y ve aquí, que en un librote que saca a luz, cita a los Autores de las Memorias de Trevoux, como que ellos afirman que lo que he escrito lo he sacado de sus Memorias. Uno envía la calumnia de España a Francia, y [408] otro la vuelve mejorada en tercio y quinto de Francia a España. En virtud del embuste del primero en Francia sólo se sabe que un Anónimo Español escribió de mí, que era un ladrón de las Memorias de Trevoux. Y por el embuste del segundo ya se lee en España, que los mismos Autores de las Memorias de Trevoux afirman de mí este latrocinio. El primero me levanta a mí el falso testimonio del hurto: el segundo achaca a los Escritores de las Memorias de Trevoux ser Autores del falso testimonio. ¿No va buena la danza? ¿Cómo me entenderé yo con esta gente?

    39. Los Autores de Trevoux no hablaron palabra en la materia. Sólo imprimieron la Carta del Anónimo, ut jacebat, sin poner cosa alguna de suyo, sin afirmar ni negar, sin asentir ni disentir. Esto es lo que practican con todas las noticias literarias que se les suministran de varios Reinos, y estampan al fin de cada mes. Así muchas veces se encuentran unas noticias contradictorias a otras. Si yo les escribiese ahora, que el Anónimo de Zaragoza es un impostor, que su Carta está llena de falsedades, que el decir que yo copio, ni en todo ni en parte las Memorias de Trevoux, es una horrenda calumnia, &c. imprimirían mi Carta en el mes correspondiente, como imprimieron la del Anónimo. Si les escribiese también, que aquí en Oviedo se están traduciendo sus Memorias en Castellano, u otra cualquiera patraña perteneciente a literatura, esto mismo imprimirían allá; porque su incumbencia es publicar las noticias que se les comunican, sin asenso ni disenso, y aún sin examen (porque éste, por la mayor parte, les es imposible) de la verdad o falsedad que tienen.

    40. Es, pues, una malignísima impostura citar aquellos Autores para la mentira, de que yo copio sus Memorias, en que no puede haber otro fin, que el depravado de autorizar la calumnia. Ya se ve, que sólo a mentecatos puede hacer fuerza que en una Carta Anónima se me imponga un hurto literario; mas si se hace creer al público, que ese mismo hurto está testificado por unos Religiosos doctos y graves, y lo que es más, por los mismos Autores [410] de los libros donde se supone hecho el hurto, todos creerán que el robo es cierto. Horroriza el ver que se cometen tales infamias sin el menor remordimiento. ¿Por ventura quitarme el crédito de Autor, reduciéndome a un mero copiante, no es robarme una cualidad estimabilísima, y colocarme en un estado despreciable? ¿Esta no es injuria grave? ¿No es un pecado mortal como un monte? ¿Pues cómo se pasa por encima de todo? ¿Cómo no se retratan los impostores, y me restituyen el crédito que me han vulnerado con infinitos que los habrán creído? Pero bien lejos de haber algunas apariencias de la enmienda, apenas pueden esperarse sino nuevas imposturas y nuevas aseveraciones de las pasadas. Tanto como todo esto ciegan a estos miserables la rabia y el furor de verse tantas veces y con tanta evidencia concluidos: furor arma ministrat.

    41. Si las Memorias de Trevoux fuesen unos libros muy vulgarizados, por sí misma se desharía la calumnia, o por mejor decir, los impostores no se atreverían a fabricarla. Pero juegan sobre seguro. Saben que en España poquísimos hay que tengan estos libros. Apenas, aún contando solamente los literatos, entre diez mil hay diez que los posean. Aún esos poquísimos los manejan poquísimo; ya porque tienen grandes Bibliotecas, y los distraen de su lectura otros libros más de su gusto; ya por estar destinados a otro género de letras, cuyo preciso estudio les consume el tiempo; ya porque tienen otras graves ocupaciones. De todo resulta, que apenas habrá en España tres o cuatro lectores, que por sí mismos descubran la impostura. Este mismo conocimiento les sirve para fingir citas de otros Autores nada triviales contra mí, y negar que las mías sean legales. Sobre estos dos últimos capítulos ya se hace, y hará evidencia a todo el mundo de las falsedades de mis contrarios con la pública promesa que hizo el P.M. Sarmiento, de dar a todos los que quisieren ir a verlos al Monasterio de S. Martín registrados todos los Autores que yo he citado, y cuyas citas acusan de ilegalidad mis [410] contrarios; y asimismo registrados todos los que ellos citaron falsamente. Este es un tapa-boca, que no tiene quite.

    42. Mas por lo que mira a la acusación de hurto de las Memorias de Trevoux, ¿qué haremos? Hágome cargo de que estos libros están en la Real Biblioteca patentes a todo el mundo. Pero esto de nada sirve: porque ¿quién hay tan interesado en la averiguación de esta calumnia, que quiera ir a la Biblioteca a gastar cuarenta o cincuenta días en revolver las Memorias de Trevoux, que hoy ya se componen de ciento y veinte y ocho tomos, para ver si el robo de que me acusan, es fingido o verdadero.

    43. La satisfacción que tienen mis contrarios de la indiferencia del público sobre averiguar quién trata verdad, si ellos, si yo, le ha dado aliento para mentir con extremo desahogo, aún en puntos donde era facilísimo el desengaño. A fines del año de 26, o principios de 27, salió un Escrito, publicando que el libro de Lucrecia Marinela, de que yo había dado noticia en el Discurso XVI del primer Tomo, era fabuloso: esto es, que no había tal libro en el mundo, ni le había habido jamás. Pareció luego contra este otro Escrito, probando la existencia de aquel libro con demostración tan palpable, como señalar el lugar donde se halla en la Real Biblioteca, que es el mismo donde yo le vi el año de 26, yendo en compañía del P. Fr. Ángel Nuño, Conventual que era entonces, y aún es hoy en el Monasterio de San Martín, y que le vio asimismo que yo. No cito testigo muerto, ni ausente. Esta era un tapa-boca, contra el cual parece que nadie había de replicar. Pues no fue así. Salió habrá cosa de dos años otro Escrito, cuyo Autor volvió a afirmar, que el libro de Lucrecia Marinela era ente de razón. Lo más admirable es, que se hacía cargo de haberse citado en el segundo Escrito, de que hablamos, el lugar de la Biblioteca donde se halla. ¿Y qué decía a esto? Que era falso, volviendo a afirmarse en que no había tal libro en el mundo. Si hay osadía para mentir con este descoco en materia, en que cuantos entran en la Real Biblioteca pueden averiguar la verdad solo con una ojeada, y sin duda la habrán averiguado [411] muchos, ¿qué no se mentirá en asuntos donde para el desengaño es menester revolver muchos libros? ¿Quién irá a hojear ciento y veinte y tantos tomos de las Memorias de Trevoux, para convencer a mis contrarios de la calumnia?

    44. Solo me resta un recurso; y es el que pondré ahora. Desafío al Anónimo Autor de la Carta, (sea el que se fuere) y a todos los demás que quieran conspirar con él, para que en una o muchas hojas volantes den al público señalados los lugares de las Memorias de Trevoux, de donde pretenden que haya sacado yo lo mejor que he empleado para el fondo de mi Obra. En vista de las citas ofrezco exhibir las Memorias de Trevoux, (ciento y veinte y cuatro tomos son los que tengo) ante dos Caballeros de los principales de esta Ciudad, y dos Eclesiásticos de la primera distinción, que unos y otros entienden bien el Francés, los cuales, leídos con exactitud los lugares señalados, darán certificación pública, firmada de sus nombres, de que es falsa la acusación, y fingido el robo que me imputan.

    45. Entretanto puede hacer juicio de la impostura el lector, por las noticias repetidas que han venido de París, de la mucha estimación que se da a mis Obras en aquel gran Teatro de literatura. En poder del P. Mro. Sarmiento están los instrumentos originales. En una Carta se dice, que el Teatro Crítico fue admirado en París de cuantos le leyeron. Il a eté admiré ici de tout le monde. En otra, que los sabios Benedictinos de la grande Abadía de San Germán, entre ellos el P. Montfaucon, bien conocido en toda Europa por su grande Obra de la Antigüedad explicada, solicitaron se les condujese de Madrid el Teatro Crítico para colocarle en su rica Biblioteca. En otra, que mis aplausos suenan en toda la Francia. Considere, digo, el lector, si siendo las Memorias de Trevoux libros tan vulgarizados en Francia, y especialmente en París, en París y en el resto de la Francia se daría tanta estimación al Teatro Crítico, si fuese éste, o en todo o en lo principal, no más que una copia de aquellas Memorias. La natural obligación de defender mi honor me precisa a estampar mis propios aplausos: [412] Factus sum insipiens; vos me coegistis. Hágolo, y dígolo por el mismo motivo por quien lo hizo, y lo dijo el Apóstol.

    46. Pero ojalá la rabia de la gavilla Tertuliana se hubiera contentado con la impostura de hacerme Autor plagiario. Yo no he visto el último monstruoso parto de aquella Hidra de siete, o más cabezas; pero por algunos trozos destacados, que se hallan citados en la Demostración Apologética del P. Mro. Sarmiento, se conoce que pasó mucho más allá la insolencia, tratándome de ignorante, de falsario, &c. usando para vilipendiarme de todos aquellos groseros modos, voces, y frases, que solo se oyen en Cocinas, Caballerizas, y Bodegones.

    47. Todo esto provino de haber yo convencido con la mayor evidencia en mi Ilustración Apologética las imposturas, los errores, las citas falsas, las inteligencias torcidas, los raciocinios descabellados, de que tanto abunda el primer parto de aquella garulla. Siempre que la ignorancia se ve invenciblemente atacada, rompe furiosa en injurias y dicterios. ¿Qué hemos de hacer, u decir a esto? Lo que hizo, y dijo un sujeto de mi Religión estando arguyendo en cierta Universidad a un pobre Mazacote de corto estudio, y aún más corta habilidad. Redújole a tan estrechos términos con el argumento, que el infeliz no hallando otro recurso, le plantó acuestas una desvergüenza garrafal. A esto el arguyente, volviendo los ojos al concurso, dijo: Séanme todos testigos de que no es lo mismo concluir a un ignorante, que darse él por concluido; y la desvergüenza vaya por amor de Dios; y se sentó sin hablar más palabra. El Mazacote, más irritado, añadió sobre la injuria dicha otras muchas, envueltas en mil embrollos; con que sustituyendo en lugar del argumento hecho quimeras y confusiones, quería dar a entender, que respondía a lo que no podía responder; pero el Doctor Benedictino se quedó inmóvil, bien satisfecho de que el concurso hacia la justicia que debía a la ignorancia e insolencia de su Contendiente. Esto es lo que se ha hecho hasta ahora conmigo, y esto es lo que se hará en adelante. [413]


    §. X

    48. Volviendo ya al asunto principal, que es prevenir al público contra los artificios de los Alquimistas, me pareció concluir este Discurso, copiando las importantísimas advertencias que sobre este asunto publicó Mr. Gofredo, citado arriba, en la Academia Real de las Ciencias el año de 1722. Es utilísimo repetirlas aquí, porque como los libros de la Historia y memorias de la Academia Real de las Ciencias son muy raros en España, poquísimos son los que pueden lograr por ellos el fruto del desengaño; como al contrario, andando mis escritos en manos de todo el mundo, fácilmente llegara a todos, por medio de éstos, lo que les conviene saber sobre tan importante asunto. Pondré las propias palabras de Mr. Gofredo, pues no puedo usar de otras más claras ni más precisas, aunque añadiré de letra cursiva tal cual advertencia mía a favor de los más tardos en entender.

    49. «Sería conveniente, que el Arte de engañar fuese enteramente ignorado de los hombres en todo género de profesiones. Pero pues que el deseo insaciable de la ganancia empeña a una parte de los hombres a practicar este Arte en infinitos modos diferentes, pertenece a la prudencia procurar el conocimiento de estas fraudes, para precaverse contra ellas.»

    50. «En la Química la Piedra Filosofal abre vasto campo a la impostura. La idea de riquezas inmensas que se nos promete por medio de ella, pica vivamente la imaginación de los hombres. Como por otra parte se cree fácilmente lo que se desea, la ansia de poseer esta Piedra conduce bien presto el espíritu a creer su posibilidad.»

    51. «En esta disposición, en que se hallan los más en orden a esta Piedra, si sobreviene alguno que asegure haber hecho esta famosa operación, o alguna otra preparación que conduzca a ella, que hable en tono persuasivo, y con alguna apariencia de razón, y que apoye sus razonamientos con algunas experiencias, le escuchan favorablemente, dan fe a sus discursos, y se dejan sorprender por sus prestigios, o por algunas experiencias engañosas [413] que contribuyen abundantemente la Química. En fin, lo que admira más, se ciegan para arruinarse, adelantando sumas considerables a estos impostores, que debajo de diferentes pretextos piden dinero, el cual dicen necesitan, al mismo tiempo que se jactan de poseer un manantial de tesoros inagotable.»

    52. «Aunque haya algún inconveniente en publicar los engaños de que usan estos impostores, porque algunas personas podrían servirse de ellos, le hay, sin embargo, mucho mayor en no descubrirlos; pues descubriéndolos, se previene a muchísimos para que no se dejen engañar por sus juegos de manos. Con esta mira referiré aquí los principales medios de engañar que acostumbran emplear, y que han llegado a mi noticia.»

    53. «Como su principal intención es por lo ordinario hacer hallar Oro, o Plata en lugar de las materias minerales que pretenden transmutar, se sirven muchas veces de Crisoles, o Copelas dobles, en cuyo fondo han puesto cal de Oro, u Plata, y fácilmente vuelven a cubrir este fondo con una pasta hecha de polvo de Crisol, incorporados con agua engomada, o con cera, lo cual acomodan de manera, que éste parece el verdadero fondo del Crisol.» {Lo que resulta es, que derritiéndose al fuego la cera, o la goma con se que trababa el aparente fondo del Crisol, éste se deshace, y el Oro, o Plata que estaban cubiertos con él se aparecen después de la operación incorporados en el fondo verdadero, y la gente que no está advertida del dolo, cree que aquel Oro, o Plata se formó por transmutación de alguna porción de la materia mineral al que se arrojó en el mismo Crisol.}

    54. «Otros agujeran un carbón, y introduciendo en él polvos de Oro, u de Plata, cierran el agujero con cera, o bien embeben algunos carbones de disoluciones de estos metales, y moliéndolos hacen de ellos polvos de proyección para echarlos sobre los metales, que pretenden transmutar.» {Estos polvos de proyección son siempre mera farándula, y hacen el mismo papel en el ilusorio Arte de los Alquimistas, que los polvos de la Madre Celestina en los juegos de manos.} [415]

    55. «También usan de varas o bastoncillos de madera agujerados en la extremidad, en cuyo hueco introducen limaduras de Oro u de Plata, y cierran el agujero con serradura sutil de la misma madera. Menean con estos bastoncillos las materias fundidas; y quemándose su extremidad, sueltan el Oro o Plata en el Crisol.»

    56. «Otros mezclan en mil modos diferentes la Plata y Oro con las materias sobre las cuales trabajan, porque una pequeña cantidad de Oro u Plata no se percibe estando mezclado con una gran cantidad de Mercurio, de Régulo de Antimonio, Plomo, Cobre, u otro cualquiera metal. Mezclanse fácilmente el Oro y Plata calcinados con la cal de Antimonio, Plomo, y Mercurio. Pueden incluirse en el Plomo algunas pequeñas masas de Plata y Oro. Blanquéase el Oro con el Mercurio, y se le hace pasar por estaño o Plata. Persuaden así, que el Oro o Plata, que después de la operación se saca de estas materias, fue hecho por transmutación.» {Estos artificios, exceptuando los dos primeros, dejamos ya revelados en el Tomo tercero de esta Obra, Discurso VIII, núm. 35 y 36, donde remitimos al lector para mejor inteligencia de lo que aquí se escribe. Advierto, que en una misma operación se puede usar simultáneamente de todos los artificios referidos, con lo cual será más eficaz el engaño, porque se sacará mayor cantidad de Oro u Plata.}

    57. «Es necesaria suma atención a todo lo que pasa por las manos de esta gente, porque frecuentemente las aguas Fuertes, o Regias de que usan, están ya cargadas de disoluciones de Oro y Plata. Los papeles mismos, en que envuelven sus materias, están a veces penetrados de la cal de estos metales. La escritura, o manchas que parecen en ellos, pueden ser hechas con la tintura de los mismos metales. Se ha visto el mismo vidrio cargado de alguna porción de Oro, que ellos sutilmente habían introducido al tiempo que estaba en fundición en el horno.»

    58. «Algunos han engañado con clavos, cuya mitad era Hierro, y la otra mitad Plata u Oro, haciendo creer [416] que han hecho una verdadera transmutación de la mitad de estos clavos, metiéndola en una pretendida tintura. Todo esto no es más que un sutil engaño. Estos clavos, que antes de meterse en la tintura parecían ser enteramente de hierro, eran no obstante compuestos de dos piezas, la una de hierro, la otra de Plata u Oro, soldadas con grande exactitud una con otra, y cubiertas de un color de hierro; que se disipaba entrándolas en el licor. Tal era el clavo mitad hierro, y mitad Oro, que había en el Gabineto del Gran Duque de Florencia. Tales son los que hoy presento a la Academia mitad Plata, y mitad hierro. Tal era también el cuchillo, que un Religioso presentó a la Reina Isabela de Inglaterra, la extremidad de cuya hoja era de Oro. Como también los que un famoso Charlatán esparció algunos años ha en Provenza, cuya hoja era mitad Plata, y mitad hierro. Es verdad, que se añade, que éste hacía la operación en cuchillos conocidos que le entregaban, los cuales, pasado algún tiempo, volvía convertida en Plata la extremidad de la hoja. Pero es de creer, que esta mutación no se hacía sino cortando la extremidad de la hoja, y soldando exactamente otra de Plata perfectamente semejante.» {Si el Charlatán, de que aquí se habla, hiciese verdadera transmutación, la ejecutaría delante de los mismos que le entregaban los cuchillos. Pues hacía la operación a escondidas, según se insinúa en la Relación, es fijo que intervenía dolo.}

    59. «Del mismo modo se han visto Monedas, o Medallas, mitad Oro, y mitad Plata. Decíase, que estas piezas habían sido antes enteramente de Plata; pero mojando la mitad de ellas en una tintura Filosofal, o en el Elixir de los Filósofos, la mitad que se había mojado, se había transmutado en Oro, sin que la forma exterior de la Medalla, o sus caracteres, se hubiesen alterado considerablemente. Yo digo, que esta Medalla nunca fue enteramente de Plata, sino que estas son dos porciones de Medallas, la una de Oro, la otra de Plata, soldadas con gran destreza, de modo, que las figuras y caractéres se [417] correspondan exactamente, lo que no es muy difícil. Ve aquí el modo con que se hace esto, &c.»

    60. Paréceme, que sería nimia prolijidad proseguir copiando todo el Discurso de Mr. Gofredo, aunque en lo que resta se explican otros más sutiles artificios para fingir la pretendida transmutación. Baste saber, que no sólo enseña cómo se componen dichas Medallas, mas también añade el artificio de hacer la mitad, que es Oro, tan esponjosa, que no pese más que igual volumen de Plata: circunstancia eficacísima para persuadir que hubo verdadera transmutación de este en aquel metal. Propone también el método de preparar tres Medallas totalmente semejantes en el exterior, de suerte, que infundiéndolas en la tintura, a proporción que están más o menos tiempo en ella, representarán mayor o menor transmutación. Esto es, una, que estará muy poco tiempo, sólo sacará en la superficie una delgada telilla de Oro, y todo el fondo será de Plata: otra, que estará algo más tiempo, será de Oro hasta alguna profundidad, quedando lo íntimo de ella en el ser de Plata; y finalmente la última, que se detendrá mucho más en la tintura, saldrá de Oro en toda su profundidad. Aunque parece, que esta es la última sutileza a que puede llegar en embuste; sin embargo, sobre esta misma se puede refinar, porque los artes de engañar son infinitos Syncathegorematice.

    61. Otras muchas operaciones ilusorias de la Química, que miran a persuadir la realidad del Arte transmutatorio, se hallan en el Discurso de Mr. Gofredo; entre ellas una muy ingeniosa, que representa la conversión de Cobre en Plata; pero las omito todas, persuadiéndome a que la explicación de las arriba propuestas abrirá los ojos de la gente crédula, para no dejarse cegar de las fascinaciones de los Alquimistas, por más garatusas que les vean hacer. Una razón clara y generalísima convence que todas sus operaciones son engañosas, y tanto más falaces, cuanto son más aptas para hacer creer que no hay engaño. Si ellos poseyesen verdaderamente el secreto de la Crisopeya, bien lejos de ostentarle y persuadir que le poseen, procurarían esconderle, [418] pues de ese modo adquirirían inmensos tesoros, librándose al mismo tiempo de muchos riesgos. Luego cuanto más fuertes pruebas nos dieren (fuertes digo en la apariencia) de que poseen el gran secreto, más firmes debemos estar en que no le poseen.


    Nueva precaución contra los artificios de los Alquimistas

    1. Porque en estos tiempos hizo gran ruido el Conde de Salvañac con su pretendida transmutación del hierro en cobre, lo que algunos, empeñados en favorecer los sueños de los Alquimistas, tomaban como prenda de la transmutación de otros metales en Oro; aunque en el Discurso que ahora adicionamos, hemos descubierto el fraude que había en esta operación, porque las noticias de que en París tuvo algún tiempo aceptación su manejo, y después en la Corte de España cuando ésta estaba en Sevilla, pueden tener preocupados algunos en su favor; manifestaremos aquí la triste catástrofe de esa aceptación, siguiendo los avisos que poco ha recibimos en Carta de un Religioso Capuchino, residente en la Ciudad de Barcelona, cuyo contexto, en lo que habla de dicho Conde, es el siguiente:

    2. «Éste, no solo engañó al Duque de Orleans en Francia, más también a N. acompañando los Reyes en Sevilla, y con sus Patentes se vino a Barcelona, y engañó a diferentes personas, singularmente a un Sastre, a quien llaman Provenzal, por ser de la Provenza. Éste le hizo tres garbosos vestidos: prevínole su Oficina en la calle del Carmen, que yo vi, con seis Calderas de Estaño. [419] Hízole la vida competente más de seis mese, mientras que recogía sus fingidos ingredientes, entre los cuales era la rosada de Mayo. Hizo finalmente su experiencia delante del Capitán General, Audiencia, Intendente, y otras personas de este tamaño. A pocos días se descubrió su trampantojo por un Médico Clérigo, llamado el Doctor (aquí está confusa la letra: dice Geriu, o Gerier, o cosa semejante) y un Boticario Carlos Sanant. Sabido por el Excelentísimo Señor Marqués de Risbourg, Capitán General, quiso saber la cosa de raíz, y se halló no ser más que el Vitriolo desleído en agua con hierro, que metía dentro: los polvos de Proyección son las heces del hierro de las operaciones antecedentes, que no sirven sino de trampantojo. Escribiose a la Corte, y fue desterrado de estos Reinos. Temió ir por Francia, y se fue por mar a Génova.»

    3. Hasta aquí el citado Religioso; sobre cuya narración se ofrecen algunas reflexiones. La primera es, que acaso lo que dice de las Calderas de Estaño será equivocación, porque de las que usaba en Francia eran de Plomo. Acaso también después juzgaría más cómodas las de Estaño. Mas esta es para la substancia levísima diferencia. La segunda es, que el engaño que padeció el señor Duque Regente de la Francia, paró al fin en desengaño. El descubrimiento de la ilusión hecho por Mr. Gofredo, de que dimos noticia en el Discurso que adicionamos, se hizo notorio a todo el mundo; con que no podía ya ser creído de nadie el Conde de Salvañac. Esto convence asimismo su venida a España. ¿A qué propósito exponer su fortuna a los accidentes que podían sobrevenirle en otro Reino, teniéndola constante en Francia? Convence lo mismo finalmente el miedo de pasar por Francia en la salida de España; el cual miedo no podía tener otro fundamento, que ser ya conocido de aquella Nación por embustero. La tercera reflexión es, que también en la Corte de España se desengañaron, y conocieron, o la falsedad o la inutilidad de su manipulación. Si ella fuese legítima y útil, ¿le despacharían [420] con Letras-Patentes, o le soltarían con esa facilidad, pudiendo aprovecharse de él en beneficio del Estado? Ni él dejaría el gran Teatro de una Corte, donde podía hacer gruesísimas ganancias, por irse a Dios y a la ventura a acomodarse con el primero con quien pegase, fuese un Sastre Provenzal, o un Zapatero Flamenco. Así es de creer, que viendo en la Corte descubierto su engaño, se escapó con ánimo de ir a engañar a otra parte; y que las Letras-Patentes que mostró en Barcelona, eran tan falsas como la transmutación de hierro en cobre.


    Apéndice

    4. Soy de sentir, que por lo que mira a las noticias en que en algún modo se interesa el Público, ningún Autor debe ser tan escrupuloso en la observancia del método, que si por falta de ocurrencia u de conocimiento dejó de poner alguna en el lugar correspondiente, omita colocarla en otra parte, aunque el sitio sea totalmente impropio. La utilidad del Público debe siempre preponderar a todas las reglas de la Crítica; o por mejor decir, no será buena Crítica la que no prefiera la utilidad del Público a las más constantes reglas del método.

    5. Favorecido de una máxima tan racional, y de la tal cual similitud de los asuntos, daré aquí una noticia, que tenía su propio asiento como Adición a la que en el 4 Tomo, Discurso XIV, num. 98 di del Artífice Sebastián Flores, que descubrió modo de transmutar el hierro en acero; y es, que en Aragón vive hoy un Caballero, que a fuerza de su genio inventivo ha logrado lo mismo. Acabo de tener ahora esta noticia, y cuando ya están impresas las Adiciones al 4 Tomo, y aún casi al 5, por el favor que me hizo en anticipármela el Rmo. P. Mro. Fr. Juan Cristóbal Sancho y Larrán, Lector Jubilado de la Nobilísima Religión de nuestra Señora de la Merced Calzada de la Provincia de Aragón, hijo del mismo Caballero, a quien debe España este importante descubrimiento; y es como se sigue: [421]

    6. Don José Sancho de Rodezno Infanzón (así se llama el Caballero Inventor), natural de la Villa de Bréa, y hoy residente en la Ciudad de Calatayud, habiendo logrado felizmente el fruto de sus filosóficas reflexiones en la transmutación del hierro en acero (o hablando con más propiedad, en dar al hierro aquella perfección que le constituye acero) por medio del fuego de reverbero, y algunos ingredientes secretos que mezcla en el material, exhibió el año de 1736 a la Real Junta de Comercio, por medio de su Agente, las pruebas de su descubrimiento. Remitió la Real Junta el informe al Fiscal Real; y éste, dando el acero, fabricado por Don José, a examen a los cuatro Oficios, lo calificaron de bueno para todo uso, con bien fundadas esperanzas, de que el Autor le daría con el tiempo mayor perfección. En cuya consecuencia el Rey nuestro Señor, por su Real Cédula dada en el Buen Retiro el día 6 de Diciembre de 1737, dio facultad a Don José para la construcción de las Fábricas necesarias en la Ciudad de Calatayud, tomándolas su Majestad bajo su Real protección, y concediéndole las exenciones de Fuero, y de Junta Real de Comercio. Hállanse ya dichas Fábricas perfeccionadas, y se trabaja felizmente en ellas, pidiendo de muchas partes el acero, cuya perfección se adelanta cada día.

    7. Es nuestra Nación interesada en este descubrimiento, ya por la parte de la conveniencia, pues no saldrá tanto dinero de la Península para buscar el acero en otro Reinos; ya por la parte del honor, por la gloria que la resulta de haber producido un hijo tan ingenioso, que sin ser Artífice de profesión, discurrió lo que se ocultó a tantos millares de Artífices insignes que manejando diariamente por muchos años el hierro, no han acertado a sacarle de hierro.

    O.S.C.S.R.E.

     


    Esta edición de las cartas de Feijó ha sido cedida por la Biblioteca Digital Feijoniana propiedad de la Fundación Gustavo Bueno, publiblicada en internet a través del

    Proyecto Filosofía en Español

    Consejería de Cultura del Principado de Asturias.
    © 1998 Fundación Gustavo Bueno (España)


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